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El macabro laboratorio japonés que creó epidemias y experimentó con humanos [FOTOS y VIDEO]

La Unidad 731 enfermaba a los prisioneros de guerra con virus letales, luego los abría vivos y sin anestesia para estudiarlos y así crear armas biológicas de destrucción masiva durante la Segunda Guerra Mundial.

Según los archivos, las "fuerzas bacterianas" japonesas, incluida la Unidad 731, iniciaron la guerra biológica en más de 20 provincias y ciudades de China. Foto: Xinhua
Según los archivos, las "fuerzas bacterianas" japonesas, incluida la Unidad 731, iniciaron la guerra biológica en más de 20 provincias y ciudades de China. Foto: Xinhua

Las cirugías, disecciones y mutilaciones eran cosa del día a día en el Laboratorio de Investigación y Prevención Epidémica, situado en Harbin, Manchuria (China). Tenía la fachada de una planta de purificación de agua, pero en su interior albergaba las más macabras historias de experimentos realizados en seres humanos durante la Segunda Guerra Mundial.

Los médicos y soldados japoneses que operaban ahí lo llamaban la Unidad 731, una base militar secreta cuyo fin era desarrollar armas biológicas y químicas de destrucción masiva que le permitiera a Japón ganar la guerra. Buscaban crear epidemias de pestes letales como el cólera, la disentería, el ántrax y el tifus.

Estos eran inyectados a los prisioneros de guerra, de procedencia principalmente china, cuyos cuerpos eran abiertos vivos y sin anestesia para sacarles algunos órganos y estudiarlos, afirma la BBC.

Tropas "bacteriológicas" japonesas en la ciudad de Yiwú, en 1942. Foto: Xinhua

Tropas "bacteriológicas" japonesas en la ciudad de Yiwú, en 1942. Foto: Xinhua

Holocausto asiático

Entre 1937 y 1945 el Imperio japonés plantó en el territorio chino, en una zona que había invadido, la Unidad 731. Su construcción comprendía un centenar de edificios a lo largo de seis kilómetros cuadrados

Dentro estaban prisioneros y civiles, chinos, rusos, coreanos y mongoles; además de algunos europeos y americanos. En total, según un informe de El Mundo, los experimentos fueron llevados a cabo entre 3 000 y 12 000 personas, incluidos niños, hombres, mujeres y ancianos.

Eran pocos los “afortunados” quienes recibían anestesia, ya que consideraban que esta podría distorsionar los resultados para su investigación. Algunos eran obligados a respirar gases nocivos, a otros se los cercenaba para saber cuánta sangre podían perder, y a muchos se los dejaba sin alimentos para ver cómo respondían sus cuerpos.

Ningún órgano fue considerado tabú, sean los pulmones o el cerebro, estos eran extraídos sin más bajo la justificación de “experimento médico”. Incluso se supo que se almacenaban fetos y cuerpos de adultos en formol.

Depósito de cadáveres del Escuadrón 731. Foto: 20 Minutos

Depósito de cadáveres del Escuadrón 731. Foto: 20 Minutos

Secreto a la tumba

En 1945, la Segunda Guerra Mundial ya tenía un vencedor claro. Japón decidió rendirse y debía retirar sus tropas de China, en Harbin. Dicha misión debía ser cuidadosa, ya que incluía desmantelar las instalaciones de la Unidad 731.

Estados Unidos pasó a tener control de los archivos militares del país asiático, pero tuvo que pasar décadas para que surgieran los escalofriantes testimonios de lo que sucedió dentro de la base militar japonesa.

El misterio de la unidad se logró gracias a, principalmente, el silencio de los subordinados de Shiro Ishii, el líder del laboratorio. Él les ordenó “llevarse el secreto a la tumba” literalmente, ya que cuando Japón huyó de China, les fueron entregados cianuro de potasio para que se suiciden en caso de ser capturados por las tropas de los aliados, registra El Mundo.

Una perturbada pasión

Quien creó y llevó la batuta de la Unidad 731 fue Shiro Ishii, un militar graduado en medicina que vivía fascinado con la guerra bacteriológica. Fue él quien convenció al emperador Hiro Hito de construir el laboratorio.

Su justificación fue que Japón llevaría una gran ventaja en el campo de batalla, lo cual le ayudaría a conquistar toda China. Es así que en 1936, el emperador le designa un generoso presupuesto para llevar a cabo su trabajo.

Ishii orquestó una compleja planta con calabozos, quirófanos, cines, laboratorios, línea férrea, bar y hasta un un templo. Cada personal reclutado por el militar tenía una función específica, estudiar la peste, fabricar bacterias, experimentar con humanos, etc.

Yoshi Shinozuka, uno de los japoneses que pertenecieron a la unidad, confesó a la BBC en el 2002 que hizo “lo que ningún humano debería hacer”. Contó que crió pulgas infectadas en ratas con tifus, ántrax, peste y cólera para usarlas contra los soviéticos.

Sheldon Harris, autor del libro "Fábricas de la Muerte", mostrando la foto de Shiro Ishii. Foto: Getty Images

Sheldon Harris, autor del libro "Fábricas de la Muerte", mostrando la foto de Shiro Ishii. Foto: Getty Images

Incluso, dijo, los prisioneros no eran considerados humanos. De hecho, los llamaban “troncos”, un apelativo preciso para la actividad que realizaban al diseccionarlos.

“Decíamos que habíamos cortado un tronco, luego dos troncos (...) Eran troncos para mí. Eran conspiradores o espías, así que ya estaban muertos. Ahora morían por segunda vez. Nosotros simplemente ejecutábamos una sentencia de muerte”, recordó Shinozuka.

El papel de Estados Unidos y Rusia

Los historiadores japoneses e investigadores estadounidense señalan que la masacre que hubo dentro de la Unidad 731 se mantuvo en silencio por tanto tiempo gracias a que también el gobierno de EE. UU. ayudó a esto.

El comandante supremo de las fuerzas aliadas y encargado de la reconstrucción de Japón tras la Segunda Guerra Mundial, Douglas MacArthur, concedió inmunidad a los médicos a cambio de que les entregaran información de la investigación. El motivo, temían que los datos cayeran en manos de Rusia.

Jornada de "prevención de plagas" en 1940, en Nongan, China. Foto: Xinhua

Jornada de "prevención de plagas" en 1940, en Nongan, China. Foto: Xinhua

Por esta razón, muchos del escuadrón se salvaron de un ajusticiamiento y regresaron a Japón. Algunos de ellos incluso se convirtieron en políticos y hasta representantes del Comité Olímpico Japonés, afirma El Mundo.

En cambio, Rusia llevó a 12 militares del laboratorio a juicio por crímenes de guerra en Khabarovck, en 1949. Estados Unidos calificó esta acción como “propaganda comunista”, asegura la BBC.

El doctor Ishii falleció en 1959, a los 67 años, en su hogar y sin ser haber sido sentenciado.

Demanda contra Japón

Entre 1997 y 1998, 180 ciudadanos chinos demandaron al Estado japonés por las presuntas consecuencias de los experimentos al interior de la unidad 731. Ellos, algunos familiares de las víctimas y sobrevivientes, manifestaron que la base liberó aviones con pulgas infectadas con peste bubónica.

Asimismo, acusaron, entregaron alimentos mezclados con bacterias de cólera entre 1940 y 1942, en las provincias de Zhejiang y Hunan.

En China, se considera que los ensayos para extender las pestes llegaron a matar a unas 400 000 personas.

Japón reconoció la existencia de la Unidad 731 en el 2005, pero rechazó compensar a los demandantes. Foto: Getty Images

Japón reconoció la existencia de la Unidad 731 en el 2005, pero rechazó compensar a los demandantes. Foto: Getty Images