Cultural

Oswaldo Sagástegui: “Cuando hago caricatura, me sale el veneno”

El artista, miembro de la Promoción de Oro de la Escuela de Bellas Artes, exhibe “Memorias dibujadas”, una retrospectiva de sus caricaturas en el centro cultural de su alma mater.

Sagástegui trabajo gran parte de su vida en reconocido periódico mexicano. Foto: Antonio Melgarejo/La República
Sagástegui trabajo gran parte de su vida en reconocido periódico mexicano. Foto: Antonio Melgarejo/La República

El día que ingresó a trabajar como caricaturista al diario mexicano Excélsior fue de casualidad, dos días después de la noche de la matanza de estudiantes en la plaza Tlatelolco, en 1968. Su hermano menor, Marino, que trabajaba en el diario como dibujante –y al que siempre visitaba en la redacción–, tuvo urgencia de ausentarse. El otro caricaturista, el de reemplazo, sin explicación alguna, también se marchó. No sabían qué hacer, se habían quedado sin ilustradores, pero alguien dijo: “El hermano de Marino, Oswaldo, también sabe dibujar, pónganlo allí”. Así, Oswaldo Sagástegui, sin proponérselo, se quedó más de 40 años como caricaturista de la página más importante del diario mexicano.

El artista (Llata, Huánuco, 1936) está de visita en Lima y exhibe actualmente una retrospectiva de sus caricaturas con el título “Memorias dibujadas” en el Centro Cultural de la Escuela de Bellas Artes. Reúne más de 150 caricaturas de políticos, escritores, personajes de la cultura, líderes mundiales.

Su trazo, a veces invectivo, a veces amable, según la conducta social de los personajes, se resuelve con un estilo que ha ganado fama en el mundo. El Museo de la Caricatura de Basilea, Suiza, lo incluye en el libro Sammlung Karicaturen & Cartoons como uno de los grandes caricaturistas del siglo XX.

Oswaldo Sagástegui tiene una larga trayectoria de artista, también una experiencia vital que ha nutrido su visión del mundo. Ingresó a Bellas Artes y formó parte de la famosa Promoción de Oro junto a Gerardo Chávez, Enrique Galdos, Tilsa Tsuchiya, Alberto Quintanilla, entre otros. Sus estudios los alternó con trabajos en varios oficios, entre ellos, el de albañil. Egresó con la Medalla de Oro en pintura y laboró en revistas peruanas, pero optó por irse a Europa a transitar por los senderos del arte.

—Cuando era niño, ¿Flash Gordon era su inspiración para el dibujo?

—Eran los dibujos de Marvel, también Roy Rogers y otros personajes de cowboys. Tenía siete años. Cuando alguien me veía en la calle dibujando, decía: “Este niño va a ser un artista”, pero yo me preguntaba qué tengo que ver con el circo, porque para mí allí estaban los artistas.

—¿Y cuándo supo qué era un artista en el sentido de creador?

—En mi escuela tenía un maestro que dibujaba también. Un día me llevó a su casa y me mostró un cuadro. Fue la primera vez que vi un cuadro a colores. Yo me quedé maravillado. Me explicó qué era arte y qué era un artista.

 Dibujos. Gabriel García Márquez, el mago de Aracataca. Al lado, Fidel Castro fumando un habano y Ronald Reagan y su conocimiento del mundo. Foto: composiciónLR

Dibujos. Gabriel García Márquez, el mago de Aracataca. Al lado, Fidel Castro fumando un habano y Ronald Reagan y su conocimiento del mundo. Foto: composiciónLR

—Al terminar el colegio, había que estudiar arte…

—Así es. Vine a Lima, pero para mí fue ingresar a la civilización. Nací en Llata, pero a los 15 día me llevaron a Aguaytía, en la selva. Allí no había nada. Aquí conocí la electricidad, automóviles, el cine, la televisión, teatro. Ingresé a Bellas Artes y mi maestro fue Ricardo Grau.

—Sé que no fue fácil ser estudiante de arte…

—Había que trabajar duro. Un año vine a Lima con mi esposa y pasamos por el Hospital Militar y le dije: “Mira esa pared, no vas a creer, pero tu marido cargó cantidad de ladrillos para hacerla”. Pero en la escuela salimos muy bien y antes de irnos a Europa, gané un concurso en la revista Loquibambia y empecé a trabajar en ella como dibujante. Como obrero ganaba 90 soles y en la revista me pagaban 900… ¡eso era como sacarse la lotería! Me dediqué al arte, ya no más de obrero.

—¿Es esa revista donde coincide con Mario Vargas Llosa?

—Conozco a Vargas Llosa cuando Loquibambia, después de un tiempo, se convierte en la revista Extra, que era dirigida por Raúl Villarán. La revista se hizo famosa, importante. Ingresan muchos periodistas jóvenes, entre ellos Vargas Llosa, Sofocleto, Javier Silva Ruete, Efraín Ruiz Caro, “Cumpa” Donayre y Domingo Tamariz.

—¿Y trabó amistad con el escritor?

—No, yo era muy tímido. Él era un hombre muy seguro, muy elegante, alto. Yo era un ratoncito, un dibujante muy tímido que desde un rincón de la oficina miraba el mundo, porque, como le dije, a la redacción llegaban personalidades.

—¿Es verdad que Alejandro Esparza Zañartu, el ministro de Odría, llegaba a Extra?

Extra se hizo famosa porque pagaban 1.500 soles. Nadie sabía de dónde salía ese dinero. Mire, los jueves nos quedábamos hasta las dos de la mañana y se contaban chistes. Un día contaban el chiste de un niño en la escuela y al que su maestro le preguntó: “¿Quién descubrió América?”, y el niño le respondió: “Yo no fui, estaba durmiendo”. Decían que ese niño era Esparza Zañartu. Así nos burlábamos. No pasó ni media hora y se abrió la puerta de la redacción, ingresó el ministro con cuatro policías a su costado. Miró, llamó por teléfono y se marchó sin decir nada. Después nos enteramos que él era quien financiaba la revista Extra. Vargas llosa lo tomó como personaje con el nombre de Cayo Bermúdez en Conversación en La Catedral.

—Si tenía buen trabajo, ¿qué lo llevó a Europa?

—El arte. Nosotros hacíamos pintura abstracta porque el profesor nos decía cómo hacerla, pero no sabíamos qué era eso. Allá teníamos que aprender. De allí viajo a México, donde trabajaba mi hermano Marino como dibujante de Excélsior, donde yo también ingreso como caricaturista.

—Y en la página editorial…

—Sí, para mí era incomprensible cómo es que solo porque sabía dibujar me pidan que ilustre la realidad política de México. No conocía el país. Tenía dudas certeras para dibujar hasta que escuché a un político mexicano que dijo: “Aquello no favorece, tampoco perjudica, sino todo lo contrario”. Ah, dije, ya entendí cómo es este país, y me quedé 40 años dibujando, incluso dejé la pintura un tiempo, hasta que la pude retomar.

—¿Qué es la caricatura?

—La caricatura puede ser muchas cosas, pero básicamente es un arte y el arte es un poder. La caricatura, dentro el periodismo, también tiene el poder de la información.

—Hay quienes la miran de soslayo como disciplina artística…

—A veces algunos caricaturistas me dicen que no son artistas, yo les discuto. Les digo que la caricatura es una manifestación más del arte. Y asociada al periodismo es un poder. Así lo demostró el caricaturista alemán George Brozg cuando se enfrentó a Hitler con sus dibujos.

—¿En dónde radica su poder?

—Lo que tú digas con caricaturas se difunde probablemente más que con palabras. El más fácil captar el lenguaje visual. Las caricaturas pueden ser dramáticas, humorísticas o tristes, están llenas de información y crítica.

—Usted me mostró una caricatura del Ronald Reagan tratando de dibujar el mundo con un compás y le sale un cuadrado…

—(Risas) La caricatura me enseñó muchas cosas, como ironizar, criticar, a reírme del poder. A expresar mis sentimientos como en cualquier arte, pero hay un principio, la objetividad, que es un principio básico de la prensa. Es difícil ser objetivo, pero hay que intentarlo.

—¿Y cuándo es amable?

—Cuando hago retrato, pero en algunos casos soy duro. Por ejemplo, el que le hice a Fidel Castro, que ya es caricatura. Lo dibujé con la cara grande, fumando un puro y el humo que sale es el mapa de Cuba. Es que cuando hago caricatura, me sale el veneno.

El dato

La muestra. Se exhibe en el C. C. de Bellas de Artes (jr. Huallaga 426, Lima) y va hasta el 28 de abril. Visitas: de lunes a sábado de 10 a.m. a 6 p.m. El ingreso es libre.