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Mario Vargas Llosa: el escribidor y sus mil oficios parisinos

¿Mario Vargas Llosa fue profesor de una escuela en París? Sí, pero también fue cargador de costales de verduras y reciclador de periódicos. Alquiló su pluma para escribir un libro por encargo y fue extra en una película.

Acción. Mario Vargas Llosa extra de una película de René Clair junto a Julia Urquidi. Foto: difusión
Acción. Mario Vargas Llosa extra de una película de René Clair junto a Julia Urquidi. Foto: difusión

Por: Efraín Rodríguez Valdivia. París.

El hotel Wetter, un edificio de estilo hausmaniano, de ventanales rectangulares, paredes blancas y con buhardillas en el techo (unos cuartitos pequeños), aún está en pie en el número 9 de la calle Du Som-merard, en París. No tiene placas conmemorativas ni señas distintivas. Es un hotel como cualquier otro en la ciudad. Sin embargo, más de un curioso sabe que, en una de esas buhardillas, un veinteañero Mario Vargas Llosa escribió su novela La ciudad y los perros, dando paso inaugural al Boom de literatura latinoamericana, en 1963. Y se suele decir que ‘allí empezó todo, en París para el nobel arequipeño. Pero, en honor a la verdad, no. Todo empezó mucho antes, con muchísimas dificultades.

Tres años antes, cuando el joven Mario entró en la librería La Joie de Lire (La Alegría de Leer), en 1959, para comprar un ejemplar de Madame Bovary, de Gustave Flaubert, no imaginó lo que le esperaba. Había realizado sus estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, pero se fue a París con la promesa de recibir una beca, la que nunca llegó.

Vienen los problemas

Se había gastado el dinero de retorno a Lima. No tenía planes de volver al Perú. Entonces se enteró de que la Unión de Estudiantes daba carretillas a los universitarios para recoger periódicos de la calle. Y sin más opción, el hijo de Dorita, el adorado nieto de Pedro Llosa, tomó una carretilla para reciclar por las calles. En la tarde, regresaba al punto de entrega y le pagaban en francos (la antigua moneda de Francia) lo suficiente para dos comidas.

¿Y si no alcanzaba? ¿Y si tenía ganas de agenciarse de un dinero extra? Se dirigía al viejo mercado Les Halles, en el barrio uno, donde ayudaba a descargar costales de verduras y de carne. Hoy el mercado ha desaparecido, y el espacio se ha transformado en la estación de trenes Chatelet-Les Halles y en un centro comercial y cultural llamado La Canopé.

La vida era así, a sobresaltos. No le sobraba el dinero. Y toda posibilidad era buena, incluso ser extra de películas, como en un film del cineasta René Clair, junto a su mujer de la época, Julia Urquidi. Pero las desgracias llegaban juntas: en cierto punto no pudo pagar más el piso. Pero no lo echan. Además, por si fuera poco, Julia cae enferma y tienen que operarla de urgencia. Mario tuvo que vender un terreno que tenía en Lima para salir a flote.

 Doña Cata. Cata Podestá contrató al joven Vargas Llosa para que le escriba el libro titulado Pieles negras y blancas. Foto: difusión

Doña Cata. Cata Podestá contrató al joven Vargas Llosa para que le escriba el libro titulado Pieles negras y blancas. Foto: difusión

Pero eso duró poco tiempo porque Julia Urquidi encontró un trabajo ayudando en una librería de textos en español en la calle Monsieur Prince. La vida se organizaba así. Con el hotel Wetter como un fuerte apache a contracorriente de las dificultades y con la literatura como única consigna de vida posible. Y, por supuesto, con la suerte de su lado.

Por esas circunstancias de la vida, el hotel era administrado por la familia Lacroix, que también regentaba el hotel Flandres, en la calle Cujas, a la vuelta de la Universidad Sorbona, donde vivió Gabriel García Márquez hasta 1957. Un hotel tristemente célebre para el colombiano porque allí tuvo la mala suerte de vivir una serie de experiencias amargas en París: se quedó sin trabajo; perdió un hijo después de un aborto de su exnovia española, la actriz María Concepción Quintana; y terminó El coronel no tiene quien le escriba, sin posibilidad de publicarla. Sin lugar a dudas, a Mario le fue mejor.

Y su vida continuaba. No era raro ver al arequipeño abordar el metro de la línea 10 en la estación Maubert-Mutualité, a algunas calles de su cuartito para dirigirse al jardín de Luxemburgo, a los bares o a los teatros. En el hotel tenía de vecino al escritor peruano Luis Loayza, a quien había conocido en Lima, en 1955.

Pero había que seguir viviendo, seguir comiendo, seguir pagando las cuentas. Y por ironías de la vida, le llegó la oferta de ser un escritor asalariado. Es decir, alquilar su pluma. En otras palabras, ser ‘un negro literario’: escribir a sueldo fijo. Aceptó y se convirtió prácticamente en un asalariado de una señora de la alta sociedad limeña llamada Caterina María Podestá Assereto. La mujer le dijo que quería que le escribiera un libro de sus viajes. De modo que el joven Mario la visitaba regularmente para escribir, en un estilo novelado, sus experiencias por África. El libro se titula Pieles negras y blancas y fue publicado en Lima. Detalle curioso en la vida del escritor porque esta experiencia fue material de ficción para su obra de teatro Kathie y el hipopótamo.

 La calle Tournon. Patio interior donde vivió el escritor. Foto: difusión

La calle Tournon. Patio interior donde vivió el escritor. Foto: difusión

Y salió a flote

Poco a poco, las cosas fueron mejorando porque el novelista encontró trabajo como profesor de español en la escuela Berlitz. Se abrió la posibilidad de tener un puesto fijo gracias a un concurso y el escritor obtuvo una plaza en la que duró un año. Luego cambió de empleo como periodista en el servicio en español de la Agencia France Press.

En ese lapso se produjeron cambios en su vida. Contrajo matrimonio con la madre de sus hijos, Patricia Llosa; se separó de Julia Urquidi; y publicó La ciudad y los perros. Y le llegó progresivamente la fama. El éxito y la seguridad de escribir. Pero no era suficiente porque debía organizar dos cosas: el trabajo para vivir y la defensa del tiempo para escribir y leer.

De modo que la suerte otra vez le sonrió porque encontró un trabajo en la Radio Televisión Francesa, de madrugada, presentando el programa La Literatura en Debate, a escasas cuadras de la torre Eiffel, en La Maison de la Radio (La Casa de la Radio).

Enseguida se mudó al número 17 de la calle Tournon, a ocho cuadras del hotel Wetter, en un departamentito que antes alquilaba el crítico argentino de arte Damián Bayón. Fiel a su estilo, Mario vivió en el último piso. Allí terminó La ciudad y los perros, hizo La Casa Verde y comenzó Conversación en La Catedral.

Todo parecía enfilarse para residir en París. Pero un puesto en el prestigioso King’s College de Londres lo llevó a cambiar de planes. Preparó maletas y partió sin pensar volver a París. Hoy se sabe que tiene un piso en el barrio de Saint Sulpice, de donde es vecino.

Una vez, de pequeño, le preguntó a su abuela Carmen: “¿Para qué se va a París?”. Y ella le respondió: “Para corromperse”. Pero se equivocó porque él se fue a París para convertirse en leyenda.

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