Mario Vargas Llosa, contacto con Francia
Memoria. Esta semana el escritor y nobel ingresó a la Academia Francesa. Aquí un breve recuento de sus primeros encuentros con la literatura francesa en el Perú, hasta llegar a París.
Desde que Mario Vargas Llosa se dio cuenta que su vocación era la literatura, ese tranvía que lo llevaría por los confines del mundo, París, Francia, siempre estuvo en su corazón y en su cabeza. Y eso ocurrió desde una edad muy temprana, cuando aún estaba en el colegio. Ahora, en su ya largo tránsito, con 86 años de existencia y decenas de libros a cuestas, su última parada ha sido el jueves pasado -el 9 de febrero-, cuando fue incorporado, como “inmortal”, a la Academia Francesa. Anteriormente, el 2008, la nación gala ya lo había distinguido con la condecoración de la Orden de las Artes y Letras en el grado de Comendador de Francia.
El nobel peruano nunca ha negado sus afectos a la cultura de Francia, especialmente a la literatura, en donde encontró a su maestro literario: Gustave Flaubert, a quien después dedicara el espléndido ensayo La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary (también ha publicado La tentación de lo imposible, sobre Victor Hugo y El paraíso en la otra esquina, sobre Flora Tristan y Paul Gauguin).
Es decir, en su relación con Francia, nada es casual. A lo largo de su formación literaria e intelectual, se ha nutrido con lecturas de autores franceses como Alejandro Dumas, Victor Hugo, Flora Tristan, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus, André Malraux y Jean-François Revel, para citar algunos. Entre ellos, en su primera juventud, Sartre se convirtió en su modelo de escritor.
Mario Vargas Llosa lee su discurso de ingreso a la Academia Francesa.
En su discurso de ingreso a la Academia Francesa, Vargas Llosa agradeció a Francia, sobre todo a Flaubert: “Sin Flaubert no hubiera sido nunca el escritor que soy, ni hubiera escrito lo que he escrito, ni como lo he hecho. Flaubert, al que he leído y releído una y otra vez, con infinita gratitud, es el responsable de que ustedes me reciban hoy aquí, por lo que les estoy, claro está, muy reconocido”.
Mario Vargas Llosa junto a Jean Paul Sartre en París.
Primeros encuentros
El primer contacto que tiene con la literatura francesa es cuando estudia en el Colegio Leoncio Prado, entre 1950 y 1951. Confinado allí por su padre para que se “haga hombre”, el joven Mario se dedica a leer Los tres mosqueteros, El conde Montecristo de Alejandro Dumas y Los miserables, de Victor Hugo, como él dice en El pez en el agua, “de efecto imperecedero”.
“De las imágenes de esas lecturas nació –escribe-, estoy seguro, desde esos días, esa ansiedad por saber francés y por irme a vivir un día a Francia, país que fue, durante toda mi adolescencia, el anhelo más codiciado”.
El Leoncio Prado le depararía años más tarde otra sorpresa. El profesor que le enseñaba el idioma galo en el colegio era nada menos que el poeta César Moro escribía también en francés. Como entonces no se enteró, ese contacto con Francia le fue esquivo.
Pero la literatura francesa le seguía rondando y en Piura se le apareció Flaubert y Madame Bovary. Tenía 16 años.
“El primer recuerdo que tengo de Madame Bovary es cinematográfico –anota en La orgía perpetua-. Era 1952, una noche de verano ardiente, un cinema recién inaugurado en la Plaza de Armas alborotada de palmeras de Piura: aparecía James Mason encarnando a Flaubert, Rodolphe Boulanger era el espigado Louis Jourdan y Emma Bovary tomaba forma en los gestos y movimientos nerviosos de Jennifer Jones”.
Portada del ensayo sobre Madame Bovary .
Pero cuenta que la película no era buena porque no le motivó a buscar la novela a pesar de que ya era un lector “caníbal”.
El segundo encuentro con Madame Bovary fue en San Marcos, cuando se realizó un homenaje por el centenario de su publicación. Parte de ese homenaje se publicó La leyenda de San Julián, otro libro del autor francés, traducido por Manuel Beltroy.
“Es el primer libro que leí de Flaubert”, escribe el nobel en La orgía perpetua.
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París es una fiesta
Vargas Llosa elige como centro de estudios San Marcos. Allí conoce los rostros de la realidad peruana. Toma como modelo de escritor a Jean Paul Sartre, sobre todo por su asunción como “intelectual comprometido”. En San Marcos también, cuando hacía campaña al rectorado a su maestro Raúl Porras Barrenechea, conoce a Luis Loayza, que era estudiante de la Universidad Católica. Loayza, con quien hace amistad y este le presenta a Abelardo Oquendo, le muestra otras ventanas literarias. Eran amigos para el debate, sobre todo Loayza, que era borgeano y lector de la revista argentina Sur, se empecinaba a defender a Sartre, razón por la cual lo llaman “Sartrecillo Valiente”.
Precisamente Loayza es quien en octubre de 1957 le avisa que hay un concurso de cuento organizado por la revista La Revue Française, cuyo premio es la estadía de 15 días en París con todo pagado. Vargas Llosa gana el concurso con el cuento “El desafío”, el que es traducido por André Coyné, pero quien realmente lo pule -dice el escritor en El pez en el agua- es Georgette María Philippart, viuda de César Vallejo.
Vargas Llosa llega el verano de 1958 a París y lo hospedaron en el hotel “Napoleón”. Loayza diría después que su amigo se describía ingresando al hotel como los “salvajes” que llevó Colón a la corte de España. Era la ciudad que esperaba ver. Los organizadores trataron de buscar una cita con Sartre, pero fue imposible. Más bien sí pudo intercambiar algunas palabras con Albert Camus, quien, dicho sea de paso, al final, con el tiempo, le convenció más que Sartre.
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El autor de La Casa verde, tras su retorno, obtuvo una beca para estudiar en Barcelona. Pero su plan era irse a París, como se lo había propuesto a su esposa Julia Urquidi y ella estaba de acuerdo. Es así que Vargas Llosa arribó en París el verano de 1959 y lo primero que hizo fue comprarse la novela Madame Bovary que devoró esa misma noche.
Se propuso a ser escritor cueste lo que cueste. Hizo suyo el Barrio Latino y trabajó en todo, como lo hizo su esposa. Se ocupó como cargador de costales hasta, finalmente, emplearse en la École Berlitz y en la Agencia France-Presse, entre otros centros de labores. Y allí, entre Barcelona y París, más tarde conocería a Julio Cortázar, García Márquez y otros autores del boom.
Así Vargas Llosa coronó hasta sueños no soñados, como ser miembro de la Academia Francesa.