Obra maestra del cine negro: “Rififi” de Jules Dassin
Referencial obra de Jules Dassin cumple 70 años. Una nueva visión de la misma nos confirma la contundencia de su vigencia.
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La película francesa Rififi (1955), de Jules Dassin (director norteamericano que tuvo que huir a Europa al ser incluido en la lista negra de Hollywood durante el macartismo, periodo de persecución que duró de 1950 a 1956), se erige a la fecha como una de las obras maestras del cine negro y a la vez como uno de los títulos más atendibles de la tradición del cine francés de la segunda mitad del siglo XX. Consignemos que Jules Dassin recibió una Palma de Oro (como mejor director) por esta película en el Festival de Cannes de 1955.
Tony le Stéphanois (Jean Servais) quiere rehacer su vida tras cinco años de reclusión, pero ese anhelo se ve interrumpido cuando se entera de que su exmujer (Marie Sabouret) es ahora la mujer de un gánster. Enterarse de aquello, lo lleva a aceptar la propuesta de sus excompinches: robar la caja fuerte de una de las joyerías más prestigiosas de París. Stephanois y su equipo arman un detallado plan, pero tanta perfección no siempre te garantiza un buen final.
El atraco a esta joyería, tiene que hacerse de una manera sutil. Para tener una idea de ello, sugiero ver las escenas que tienen a los ladrones haciendo un hueco en el piso superior de la caja fuerte. Silencio, poesía y mente fría de la que para muchos cinéfilos es una secuencia a no olvidar. Pero más allá de la trama, lo que a Dassin le interesaba era mostrar los pliegues emocionales de Stéphanois: ¿por qué vuelve a delinquir si se había prometido no hacerlo? Se entiende que aquello que lo conduce a salirse del buen camino son los celos y el orgullo masculino herido.
El género negro, tanto en literatura como en cine, no va de tramas o argumentos; su fuerza yace en la relación entre sus personajes, porque de esa manera sale a flote el conflicto humano. En todo momento, Stéphanois se pregunta por qué está haciendo lo que prometió no volver a hacer: robar. Stéphanois sabe que lo suyo no tiene sentido alguno, pero es más fuerte el afán de demostrarle a su ex su existencia. Empero, nuestro personaje no se justifica en ese patetismo, sino en la transformación que parte del saber que está haciendo algo incorrecto: Stéphanois se percata de que aún puede cambiar ese destino inmediato y hacia ello dedica sus esfuerzos (se entiende que no vamos a spoilear).
Bien sabemos que nuestra historia social ha sido, y viendo siendo, rica en insumos para esta clase de proyectos, veamos algunas maravillas: inseguridad ciudadana, sicariato, extorsión y endebles fuerzas del orden y políticas. Por ello, ¿por qué esta realidad no interesa a los creadores, en este caso a las mujeres y los hombres de cine en Perú? Las respuestas pueden ser variadas, pero el dinero, en ninguna de ellas, se presenta como la razón, porque una película en la onda directa (e indirecta) de Rififi no sería tan cara.
Pienso en una película peruana que, en cierto sentido, dialoga con el cine negro (no la estamos comparando con Rififi). Su título: Muero por Muriel (2007) de Augusto Cabada. Este trabajo, variación la novela Muerte en la Calle de los Inocentes de Lalo Mercado, pudo tener mejor suerte. Quienes vimos la película no solo la recordamos por Andrea Montenegro y Ricky Tosso, sino también por la mala producción (no fue culpa de Cabada). Es una historia sencilla y lineal (un marido inseguro contrata a un detective para que siga a su esposa), por momentos risueña, pero ante todo inteligente en su tratamiento. Ojalá algún día pueda ser restaurada.























