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Fernando Gutiérrez 'Huanchaco': “’La chucha perdida de los incas’ es una inmersión psicológica”

El documental “La chucha perdida de los incas” es una inmersión experimental en la psiquis de dos personajes ya desaparecidos: Mario Poggi y Antonio Córdova, de Alfa y Omega.

Conocido como “Huanchaco”, Fernando Gutiérrez grabó su documental entre 2015 y 2016. Foto: Emerita Analoga Films
Conocido como “Huanchaco”, Fernando Gutiérrez grabó su documental entre 2015 y 2016. Foto: Emerita Analoga Films

Entrevista: Sandro Mairata @smairata

Dueño de un personalísimo lenguaje audiovisual, Fernando Gutiérrez ‘Huanchaco’ (Trujillo, 1978) sacudió las artes plásticas entre 2007 y 2009 cuando irrumpió con su mejunje de cómic y pintura en amplios formatos donde se representaba a sí mismo en la forma de un alter-ego llamado Súper-chaco, un superhéroe de mallas rojas y capa celeste que recorría Lima comiendo chifa, tomando Inca Kola y navegando la Costa Verde en un bote de pescador junto a Miguel Grau.

Hoy, ‘Huanchaco’, como todos le conocen, vuelve con “La chucha perdida de los incas”, en teoría un documental que tiene más de ensayo lúdico que de registro informativo. Estuvo listo en 2019 y ahora que la cinta inició un recorrido por circuitos alternativos de todo el país, un crítico local ya dicho que se trata de “una de las más fascinantes pelis peruanas de este siglo”, y yo mismo después de verla quedé sorprendido por su amalgama visual cuasi psicodélica y su singular toque humano.

“La chucha perdida de los incas” es un registro íntimo del mundo de dos personajes ya fallecidos que se mantuvieron en tensión con el mainstream peruano durante sus vidas: Mario Poggi, el psicólogo que mató al descuartizador Ángel Díaz Balbín para luego convertirse en un personaje tragicómico de la farándula nacional, y Antonio Córdova, fundador de la asociación espiritual Alfa y Omega.    

—Viendo la película, esta cae en la clasificación de “inclasificable”. Tiene de documental, de instalación artística, tiene de homenaje a Poggi y Córdova. Para ti, ¿qué es?

—O sea, es interesante porque es una película difícil; cuando la hemos pasado en la sala de cine de la Católica, uno está dentro de una caja y el sonido te mete. Pero en sí es una 'pela' compleja. También habla del audiovisual, del cine como un lenguaje ¿no? Como cuando hablamos de poesía o de narrativa, del audiovisual es un lenguaje. Para mí, es mi bitácora de trabajo de un año y medio, de cuando voy registrando mis proyectos.

—Cuando uno ve las imágenes de Mario Poggi, inmediatamente piensas “esto se grabó hace mucho tiempo”, porque Poggi murió en 2016 (Córdova en 2018).

—Se graba en la segunda mitad de 2015, y lo de Alfa y Omega se graba a inicios de 2016. El lapso fue básicamente de un año y medio. Vi que Poggi tiene una bandera de su propio país (su propia casa), veo que Alfa y Omega tiene su propia bandera; hay un discurso que se va hablando constantemente sobre la imagen del padre y el vacío del padre. Hay ecos que se van generando, voy entendiendo cuáles son ciertas búsquedas que yo tengo.

— ¿Grabaste este material con la intención ya de antemano de exhibirlo?

—No, originalmente cuando me acerco a Mario fue por un proyecto de arqueología. Y cuando estoy ahí con él, hay unos conectores que me mandan a Alfa y Omega. Y los voy grabando. En algún momento, cuando siento que en verdad están entrelazados y que pueden coexistir, es que se plantea como una película, porque claro, hay una serie de coincidencias. Fallece Mario, luego fallece Antonio dos días antes de la renuncia de PPK, quien es como el presidente que representa al Padre de la Patria. Entonces, hay una serie de imaginarios constantes entre estos dos personajes. En algún momento dices “este material tiene conectores, hay que sacarlo como está”.

“La chucha perdida de los incas” hace alusión a una formación rocosa en la selva de Ucayali. Foto: Emerita Analoga Films

“La chucha perdida de los incas” hace alusión a una formación rocosa en la selva de Ucayali. Foto: Emerita Analoga Films

— ¿Cómo fue el proceso del corte final?

—Todo el proyecto fue editado por Juan Daniel Molero, quien para empezar es una persona súper capa, y quien tiene esta capacidad de pensar en términos visuales, con una claridad que para mí ha sido un aprendizaje. Yo, por ejemplo, hubiera recurrido a elementos más tradicionales del documental; hubiera rotulado abajo diciendo “Mario Poggi” ¿no?, y Juan Daniel me dice “no; saquemos toda esa información y dejemos que el viaje sea limpio”. Por eso es que el documental es difícil, porque nunca se hace un esfuerzo por explicarte quién es el que está hablando, sino que todos empiezan a aparecer como si fueran personajes casi familiares.

—Tuve la suerte de ver tu instalación “Atalaya” en el MAC en 2021 y ahí recuerdo haber visto la denominación “La chucha perdida de los incas” en las fotos y grabados que habían ahí. Al final, sin mucho spoilear, ¿de qué estamos hablando?

—En un momento, el eje para empezar a trabajar con Mario Poggi era que un día me menciona que había descubierto “la chucha perdida de los incas”. Él la descubre en el año 91.

—Es una zona geográfica.

—Sí.

—Es una zona geográfica que tiene forma de genital femenino.

—Sí, es una caverna. Llegas a un punto en la selva (en Ucayali), y es como una caverna donde desciendes y adentro hay como una especie de vagina de piedra. Poggi decía que la había descubierto –entre comillas–, en el ’91. Y a mí me parece interesante porque cuando él la nombra como “la chucha perdida de los incas”, lo que está haciendo es sentenciar ese lugar con ese nombre. Yo he crecido en el norte y, por ejemplo, tú cuando hablas de la Huaca del Sol y de la Luna… en realidad no hay un culto ni al sol ni a la luna en esos lugares. Simplemente, los nombres que se les ponen a esos lugares terminan marcando la manera de cómo nosotros miramos ese lugar o ese espacio para el resto de nuestras vidas. Y a partir del nombre, imaginamos ese pasado y es un pasado que luego usamos para construir nuestra identidad.

El documental se presenta a modo de proyecto audiovisual, lejos de un formato documental tradicional. Foto: Emerita Analoga Films

El documental se presenta a modo de proyecto audiovisual, lejos de un formato documental tradicional. Foto: Emerita Analoga Films

—Porque es una formación natural. Los incas no se pusieron a tallar un genital para que alguien lo encuentre…

—Igual hay residuos de cerámica, lo cual indica que sí se ha usado en algún momento. Pero no es algo que se haya construido de esa forma y tiene que ver más con culturas del lugar, culturas de la selva, y no necesariamente con los incas.

—Igual es un nombre que suena, que se pega. Hasta tienes un gorrito con el nombre.

—Lo que es complejo es que es documental, pero parece en un momento como que los personajes hubieran sido arrastrados hacia mi cabeza, como si fueran de ficción. Si lo viera un alemán de pronto pensaría que todo es actuación.

—Lo que me hace conflicto es que exhibes a los personajes, pero nunca los cuestionas. Sobre todo cuando el de Alfa y Omega saca estos papelógrafos que dicen cosas que no tienen mucho sentido. No recurres a un especialista de la comunidad científica.

—Hay una cuestión bella en Alfa y Omega, y es que son textos que se escriben durante la dictadura en Chile. Y claro, como es una dictadura de derecha, tienen que venir hacia Perú. El documental funciona como lecturas de códigos de aguas subterráneas que yo las he dejado así; la belleza es que es el primer texto donde el Padre, que es Dios, nos habla a Latinoamérica como a hijos. O sea, nos reconoce como hijos. Es la primera vez que se nos incorpora en la religión. La Conquista lo que genera es: Ustedes no son hijos del Sol, sino hijos de la Trinidad, y ¡pum! te imponen el cristianismo. Alfa y Omega genera esta cuestión híbrida entre el cristianismo, el retorno al Sol y la cuestión ufológica.

—El documental se vuelve una inmersión en la psiquis de ellos.

—Sí, pero a la vez es mi psiquis, al final. Porque al final, quien te está llevando soy yo. Al final es mi cabeza la que está generado todas esas conexiones.