
El Papa León XIV, nacido como Robert Prevost, ha mantenido una estrecha conexión con el Perú desde su juventud. Vivió más de 20 años en el país, donde ejerció como misionero y obispo, y forjó un profundo vínculo con su gente y su cultura. Su elección como pontífice también refleja el aprecio por una Iglesia con raíces diversas y latinoamericanas.
Desde su primer contacto a los cinco años, cuando recibió un chullo de su tía en Apurímac, hasta su reciente condecoración con la medalla de oro de Santo Toribio de Mogrovejo, la vida de Prevost en Perú ha sido un viaje de formación y conexión espiritual. Su legado en Chiclayo y su agradecimiento hacia el pueblo peruano son evidentes en cada una de sus palabras.
En su discurso de despedida, el ahora sumo pontífice no solo recordó su tiempo en Chiclayo, sino que también expresó su deseo de haber permanecido más tiempo en el país. Su historia es un testimonio de cómo las raíces y las experiencias pueden influir en la vida de una persona, incluso cuando ocupa el más alto cargo de la Iglesia Católica.
Robert Prevost y sus primeros años en el Perú. Foto: Facebook
La conexión de Robert Prevost con Perú comenzó a una edad temprana. A los cinco años, su tía le obsequió un chullo, un símbolo de la cultura andina. Este gesto, aunque simple, dejó una huella imborrable en su corazón. En sus propias palabras, Prevost relató: “No sé si sabía dónde estaba Perú o no, pero yo tenía una tía que trabajaba acá y me regaló un chullo de esos que en la tierra de Apurímac se llevan”. Este recuerdo se convirtió en un símbolo de su vínculo con el país.
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Durante sus ocho años como obispo de Chiclayo, Prevost se dedicó a la formación y educación de su comunidad. En su despedida, expresó: “Los ocho años que ocupé el cargo de obispo de Chiclayo fueron de mucha formación, educación personal y de un gran tesoro”. Su compromiso con la diócesis fue evidente, y su deseo de permanecer en Perú refleja el cariño que siente por el país y su gente.
Prevost fue condecorado con la medalla de oro de Santo Toribio de Mogrovejo, un reconocimiento que consideró inesperado. “Gracias de verdad y por el Señor de los milagros, el Perú estará siempre presente en mi corazón”, afirmó. Este agradecimiento resuena en su discurso, donde destaca la importancia de su experiencia en Perú y su deseo de que la conexión perdure en el tiempo.
En su discurso, Prevost también recordó su relación con el Papa Francisco, a quien conoció cuando era arzobispo de Buenos Aires. Aunque reconoció que existían diferencias entre ellos, Prevost valoró la oportunidad de haber trabajado juntos en la misión de la Iglesia. “No les voy a contar la razón, pero digamos que no todos los encuentros con él eran siempre de mutuo acuerdo”, comentó, reflejando la complejidad de su relación.
La historia de Robert Prevost, ahora Papa León XIV, es un testimonio de cómo las experiencias de la infancia pueden moldear la vida de una persona. Su conexión con Perú, forjada a través de recuerdos y vivencias, representa un legado que perdurará en su corazón y en el de aquellos que lo conocieron. Su agradecimiento hacia el pueblo peruano y su deseo de mantener viva esa conexión son un recordatorio de la importancia de las raíces y la comunidad en la vida de cada individuo.
Es preciso señalar que Prevost vivió en Perú de manera estable desde 1988, año en que regresó al país después de una breve ausencia para asumir la dirección del seminario agustiniano de Trujillo. Ocupó este cargo durante 10 años.

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