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Sociedad

El estresante camino de los estudiantes preuniversitarios durante la pandemia

Especialistas descartan que la modalidad virtual sea una forma equivalente a la presencial, mientras que estudiantes manifiestan sentirse estresados con clases a distancia.

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Estudiantes viven una doble situación de estrés mientras se preparan para ingresar a una universidad y permanecen en casa por la pandemia. Foto: Andina.

Han pasado más de cinco meses desde que comenzaron las regulaciones en el país a causa de la pandemia. Aunque una de las preocupaciones más resaltantes ha sido sobre el impacto económico, otros sectores, como la educación, también han resultado afectados.

Si bien el nivel educativo básico fue atendido a través del programa Aprendo en Casa y las universidades implementaron clases virtuales, en su mayoría, para no retrasar sus actividades, queda un sector importante: los estudiantes preuniversitarios.

Al igual que en otras instituciones, las academias reorganizaron sus métodos de enseñanza y se adaptaron a la educación virtual. En un informe anterior de La República, se dio a conocer que varias de estas ya contaban con recursos digitales, pero ante la pandemia tuvieron que modificar los métodos de dictado de clases.

Si bien para los profesores significó un cambio repentino, los estudiantes también han tenido que adaptarse a la nueva coyuntura, utilizando recursos no tan frecuentes antes de la pandemia, como los archivos virtuales y los videos.

Especialistas aseguran que postulantes preuniversitarios viven en constante estrés.

Para el psicólogo Diego Orellana, el confinamiento genera una “situación estresante” por tratarse de un encierro. “El confinamiento va asociado al miedo, (pero) es miedo racional. Esto va a alterar cualquier proyecto que tenga un estudiante; en este caso, el proyecto de ingresar en una universidad”, explica.

La psicóloga Lupe García enfatiza que si bien el estudiante preuniversitario siempre llevaba consigo la incertidumbre por no saber si ingresará a alguna universidad, ahora el estrés se incrementa por la pandemia. “Donde hay selectividad, el estudiante está estresado”, comenta.

Así lo manifiesta la estudiante Deyanira, quien a sus 17 años quiere ser ingeniera ambiental. Ella está evaluando renunciar a su preparación en Trilce e ingresar a un instituto o alguna universidad privada.

Cuenta que lo que menos quiere es perder tiempo, pues el año pasado acabó el colegio y había planeado ingresar este 2020.

“Me arruinó todo. (...) Es demasiado estresante, ya tenía planeado todo. Me quedaba desde las ocho hasta las cinco en la academia y a veces me quedaba hasta las siete, y los fines de semana sí salía. Pero ahora no me dan ganas de salir ni de estudiar acá”, manifiesta.

Cada vez son más los adolescentes que salen de las escuelas secundarias e ingresan a alguna universidad, según las cifras del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). En el 2018, la tasa de matrícula universitaria fue de 32,4% para varones y 29,9% para mujeres. Estos porcentajes son mayores respecto a años anteriores.

Bien sea por el incremento de la población o por el mayor ímpetu de los jóvenes en su formación académica, la demanda de la educación en este nivel no oficial se ha hecho más grande. A su vez, la pandemia ha permitido que otros actores comerciales empiecen a tener un lugar que antes no habían pensado.

Para el profesor preuniversitario de Psicología y Filosofía con cerca de veinte años de experiencia, Gustavo Gutiérrez, esta modalidad ha planteado un nuevo reto comercial. “Antes eran contaditas las academias, no superaban las 10, pero ahora eso se ha multiplicado por cien”, indica.

Estudiantes preuniversitarios con estrés por confinamiento

Sin embargo, ello no sería una garantía para que en estos tiempos los estudiantes no se queden fuera de la competencia por una vacante. El docente comenta que parte de los estudiantes se desaniman al no adaptarse a estas circunstancias, y abandonan sus estudios.

“Necesitan tiempo para adecuarse. Muchos dejan los estudios porque no ven conveniente las clases virtuales. Otros se adecúan un poquito más rápido, pero es difícil”, explica Gutiérrez, quien también asegura que por lo general no hay una conexión entre la educación y la tecnología, pues esta se usa mayormente para la diversión.

El catedrático de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Diego Orellana, explica que, ante situaciones de adversidad, las personas desarrollan la resiliencia, que consiste en la capacidad de superar las adversidades. Según menciona, en este contexto “se duplica la responsabilidad y el esfuerzo”.

A sus 16 años, Andrea reconoce que estudiar con clases virtuales en el colegio y en la academia Aduni le ha parecido “estresante”, ya que a veces tiene dos clases a la vez o se le acumulan las actividades. Por otro lado, asegura que puede sobrellevar el tener que permanecer en su casa.

Un aspecto positivo para la adolescente es que le permite ahorrar en movilidad, pues no tiene que estar gastando en pasajes para acudir a las instituciones. “No vas a desesperarte en tener que ir de un lado al otro”, comenta.

Una opción a este nivel podría ser convertirse en autodidacta, ya que los adolescentes conocen el ámbito digital y pueden buscar sus propios materiales de estudio. Sin embargo, Orellana advierte que el aprendizaje autónomo también necesita de un ’guía’ que acompañe la formación.

Para la doctora García, los apoderados del estudiante cumplen también una función importante, pues pese a que en algunos casos no comprendan cómo funcionan las herramientas digitales, es importante que apoyen y motiven a los jóvenes en su preparación.

Estudiantes preuniversitarios con estrés por confinamiento

“Las brechas digitales entre padres e hijos son grandes, dependiendo el nivel sociocultural del cual provengan sus familias. (...) Hay padres que, a pesar de que tengan ese analfabetismo digital, los orientan, pero hay padres que se desentienden. Más allá de que sepan o no, está la actitud”, comenta la psicóloga.

Un problema importante del aprendizaje autónomo es que los materiales educativos en internet, aunque amplios, no siempre son los más adecuados o confiables. Por este motivo, la especialista recomienda formar a los estudiantes en este aspecto desde las escuelas.

“Las instituciones escolares tienen que guiar al estudiante para saber buscar la información, para saber discernir de lo que es académico, de lo que no es académico. Es como dicen en este lenguaje actual: enseñarles a navegar, pero a uno lo lanzan, navega y se ahoga”, enfatiza García.

El profesor Gutiérrez también ha detectado estas falencias, por lo cual reconoce que parte de su labor es brindarle las herramientas adecuadas a los estudiantes como diapositivas, textos en PDF o referencias de páginas web. “Hay información totalmente errada”, asegura, al referirse al internet.

Geraldine, de 18 años, planeaba postular a Derecho en la UNMSM. Para ella, es una ’desventaja’ el no poder acudir a la biblioteca de la institución porque en internet, si bien encuentra mucha información, no siempre está acorde a lo que ella busca. “Es un poco más difícil seleccionar información para el examen de admisión”, expresa.

Otro problema que ha detectado Gutiérrez es que algunos estudiantes hacen trampa en sus exámenes y los resuelven con ayuda de la web, ya que pasan desapercibidos desde sus casas. Sin embargo, el profesor explica que este tema puede evitarse preguntando directamente a los estudiantes durante la clase.

Sin embargo, una de las limitaciones más evidentes es la falta de interacción presencial entre los alumnos y maestros. Para Orellana, esta condición convierte la educación ’cara a cara’ en una opción preferible antes que la virtual.

Padres de familiar tendrían que cooperar con sus hijos en preparación virtual.

“El aprendizaje presencial es cara a cara, es consultar directamente y tener la satisfacción de que alguien me está apoyando de manera cercana. En cambio, en el ambiente virtual, es impersonal. Efectivamente, puedo preguntar a un profesor o pedir ayuda, pero el efecto se reduce” asegura.

Deyanira recuerda que antes de la pandemia podía pedirle al profesor en persona que la oriente con algunos temas, pero ahora le resulta incómodo hacerlo a través de una pantalla, pues son cerca de 40 alumnos con los que lleva sus clases. “Para que el profesor me explique, tengo que llamarlo y a veces está ocupado”, afirma.

Agrega que el vínculo que podía formar con otros estudiantes en el aula de clases se ha desvanecido, pues ya no hace ’amigos’, sino solamente ’compañeros’. Según Orellana, esta situación tampoco contribuye a su preparación, pues los estudiantes potencian sus habilidades cuando interactúan y aprenden en conjunto.

Para la doctora García, “en una situación virtual, el feedback que el profesor puede dar al estudiante no es como puede darse a nivel presencial. A nivel presencial, (el estudiante) lo encuentra en el pasadizo, conversa, le puede repreguntar. La interacción es distinta”.

La joven Geraldine también se encuentra ahora en esta situación. Cuenta que antes podía preguntarle al profesor personalmente cuando tenía dudas pero ahora eso no es posible, ya que los docentes cumplen un horario fijo y no existe forma de abordarlo fuera del aula.

Aunque la educación virtual se haya convertido en el mecanismo común para impartir conocimiento desde la formación básica hasta la superior, la realidad da muestras de que aún los estudiantes y maestros no se han adaptado a esta nueva dinámica.

En esa línea, el doctor Orellana asegura que las clases virtuales no pueden ser admitidas como una modalidad principal. Antes de convertirse en una nueva forma de educación en todos los niveles, sería más que nada un “elemento auxiliar”.