* Con aporte de Roly Quispe y Julián Ninanqui (CTV Cusco)
José Víctor Salcedo
Los pobladores se reúnen en torno a una covacha. Allí las mujeres cocinan en dos ollas grandes el almuerzo. Es media mañana del domingo 7 de junio en Cusco.
A tan solo treinta minutos del centro de la Ciudad Imperial, en la zona noroccidental del distrito del Cusco, se encuentran la Asociación Villa Sol Naciente y la Asociación Pro Vivienda (APV) Sol del Inca. En el primer pueblo viven 50 familias y en el otro entre 120 a 150.
Las dos asociaciones son pobres. La llegada de la pandemia los empobreció aún más. Desde lejos se aprecia en las puertas o techos de las casas banderas blancas que en esta emergencia simbolizan la carencia, el hambre.
Los vecinos viven una historia triste. Todos los días preparan una olla común con los dos soles que aportan para comprar los ingredientes.Una forma de solidaridad en medio del estado de emergencia sanitaria.
Martina Gómez Chumpi es una vecina de la Asociación Villa Sol Naciente. Antes de la aparición del COVID-19 vendía pollipapa en el Cusco. Era su única fuente de ingreso para alimentar y educar a su pequeña hija.
“Necesitamos apoyo, no tenemos ni para comer. Como dejé de vender no tengo nada. Que las autoridades nos apoyen con víveres”, suplica Martina, después de distribuir los alimentos de la olla común.
Julián Ferro, otro vecino de la asociación, afronta una situación aún más precaria. Vive en una habitación alquilada con paredes que se deshacen como costras. Sobre la mesa de su pequeño espacio que hace a la vez de habitación y cocina se aprecia zanahorias y otras verduras deshidratadas, otras malogradas. “Necesitamos víveres. Ninguna vino a ayudarnos. Solo vienen en tiempo de elecciones y luego se olvidan de nosotros los pobres”, reflexiona, mientras contiene el suspiro que precede al llanto.
Guido es padre soltero que vive en la APP Sol del Inca. “No tenemos nada, hemos puesto un sol para cocinar”, cuenta Guido. En sus manos sostiene una olla con una porción de estofado de pollo que recibió de las mujeres encargadas de preparar la olla común.
Cada poblador de la APP recibió una porción equitativa del alimento preparado con el aporte que dieron. Vivir en comunidad y compartir lo poco que hay se ha vuelto una rutina diaria en aquella asociación olvidada por las autoridades del Cusco.
“Que no se olviden de este lugar”, reclama Guido. Su hijo, un niño de unos seis años, le coge la mano como tratando de consolarlo.
La Asociación Villa Sol Naciente y la Asociación Pro Vivienda (APV) Sol del Inca son dos pueblos pobres a unos minutos del corazón de la Ciudad Imperial. Carecen de servicios básicos como agua y luz. Solo tienen agua, sostienen los vecinos, un par de horas al día, por lo que lavarse las manos cada instante, durante menos de 20 segundos, como recomiendan las entidades de salud, suena a una excentricidad y una broma de mal gusto.
La mayoría de la población eran trabajadores independientes: comerciantes, ambulantes, obreros, gasfiteros, los mil oficios del Cusco. Ahora ninguno tiene trabajo.
Han pasado a engrosar la fila de los desempleados. El director Regional de Trabajo y Promoción del Empleo, Javier Vega Villasante, ya informó que se calcula que más de 500 mil cusqueños están sin trabajo a causa del COVID-19. Casi 200 mil más que la cifra registrada antes de la llegada del nuevo coronavirus.
Los vecinos de Villa Sol naciente y Sol del Inca son parte de ese grupo de cusqueños, el 43.7% de la Población Económica Activa Ocupada (PEA), casi la mitad de 736 mil 694, independientes que habían creado su propio negocio o ejercían independientemente una profesión y, sobretodo, un oficio.
Cuando la emergencia sanitaria entraba a su segundo mes, el exgerente general de la Municipalidad Provincial del Cusco, Iván Aparicio, dijo que solo en el distrito del Cusco habían identificado más de 5 mil familias pobres y extremos pobres. Vivían en viviendas alquiladas, no tenían servicios básicos y se habían quedado sin trabajo. Había un compromiso de llevarles ayuda que hasta ahora no se ha cumplido.