El domingo 31 de mayo de 1970, hace exactamente 50 años, es una fecha que nunca será olvidada por todo el Perú. A las 3:23 p. m., un terremoto de 7.9, con epicentro frente al mar de Casma, destruyó viviendas y acabó con la vida de miles de personas en la región de Áncash.
El fuerte sismo que duró varios segundos y generó la desesperación de los pobladores, provocó un aluvión de 400 toneladas proveniente del nevado Huascarán, el cual alcanzó velocidades entre 200 y 500 kilómetros por hora, sepultando a la ciudad de Yungay y dejando como saldo más de 50 mil fallecidos.
La Municipalidad de Huaraz compartió en su cuenta de Facebook el testimonio de uno de los sobrevivientes de aquella tarde donde todo el Perú estaba paralizado con la inauguración del Mundial de 1970, que tenía como sede a México.
Mi nombre es Alfredo Gómez Martínez, yo vivía en Huaraz y tenía 6 años cuando sucedió el terremoto, recuerdo que nuestros padres y los jóvenes estaban pendientes de la inauguración del mundial México 70.
Nosotros, los niños, que vivíamos en la cuadra 9 del sector Caraz, estábamos jugando un partido, cuando de repente sentí un ruido que parecía venir de las entrañas de la tierra, entonces levanto la mirada hacia la cordillera negra y observé que los cerros se movían como las olas del mar, y en paralelo empezó otro movimiento fuerte y acompañado con un ruido, como cuando golpean con 2 tablas.
Me acuerdo que mi madre logró salir de la casa y empezamos a correr, en el trayecto observé que las piedras saltaban, como cuando el maíz salta en la olla cuando lo tuestas, y la tierra se abría y cerraba. Cuando llegamos a un punto de seguridad ya pasado el temblor, la gente se arrodillaba y pedía al señor que aplacara su ira y perdone sus pecados.
Veía que las personas corrían, unos venían con heridos, otros con familiares que habían fallecido; fue algo terrible ver la desesperación de la gente. Como yo tenía 6 años, pensaba que era el fin del mundo, pensé que Dios bajaría del cielo en cualquier momento para juzgarnos por nuestros pecados.
Siempre me viene a la mente de que durante toda la noche la gente andaba con linternas, con mechones; iban y venían con heridos y fallecidos. Algunos heridos por falta de auxilio fallecían. Pasamos esa noche y cuando amaneció mi madre nos dijo vamos a casa, me cubrió la cabeza con una frazada para no ver lo que pasaba en el trayecto, pero yo me acuerdo que, en la Av. Agustín Gamarra con el cruce de la Alameda Grau, logré ver que se habían apilado los cadáveres unos encima de otros, algunos cubiertos con sábanas, frazadas y otros no.
El 2 de junio, mis tíos de Recuay llegaron y se sorprendieron al encontrarnos vivos a todos, porque nos cuentan que el 31 de mayo estaban en la chacra concluyendo la cosecha de papa y al momento del terremoto ellos vieron que en Huaraz se levantaba una gran polvareda y pensaron que nosotros habíamos fallecido.
Entonces se tomó la decisión de irnos a Recuay, como todas las vías estaban destruidas, nos fuimos caminando, en el trayecto veía como la gente había improvisado sus carpas en sus chacras, con frazadas para cuidarse del frío. Llegamos a las 10 de la noche a la casa de nuestros familiares.
Los días siguientes empezó a llegar la ayuda, llegó el Ejército y como no había acceso por las carreteras, la ayuda llegaba en aviones. Sobrevolaban a media altura y soltaban ropa, frazadas y alimentos en paracaídas; todos corríamos por cosas, y así pasamos gran parte del tiempo. Eso es lo que recuerdo de aquellos días.
Finalmente, decirles que Huaraz es un pueblo grande, hermoso, de gente solidaria y no se merece lo que tiene ahora, debería ser mejor; los huaracinos lo vamos a hacer, vamos a verlo renacer como el ave fénix.