José Víctor Salcedo
Una gruesa lágrima rueda suavemente por las mejillas tristes de Alexandra Patricia Ayala León, tal como la vida de su hija Nathaly Salazar Ayala rodó por unos cables en Cusco, pero sin regreso. La lágrima termina golpeando la imagen de Nathaly que Patricia sostiene.
El 2 de enero de 2020 se cumplirán dos años de la desaparición de la joven española de 28 años en la Ciudad Imperial. Setecientos doce días con noches de angustia y sufrimiento para sus padres y hermanas.
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Nathaly dejó Valencia (España) el 27 de setiembre del 2017 para hacer turismo y conocer Latinoamérica. Estuvo en Ecuador y de allí enrumbó a Cusco. Aquel 2 de enero de 2018 salió de un hostal para hacer turismo de aventura y practicar zipline en el distrito de Maras, Valle Sagrado de los Incas. Pagó 80 soles a la empresa Maras Aventura, seducida por los llamados “jaladores”, para un viaje sin retorno.
¿Cómo se entierra a una hija desaparecida? Alexandra calla, entrecierra los ojos y retrocede. Recobra la calma pero la indignación no se esfuma. “Al principio uno quiere matarse, esa es la verdad. Pero tengo dos hijas más por las que tengo que vivir”, confiesa con rostro fúnebre. La ausencia de Nathaly es un agujero sin fondo. Debe doler el cariño que no se da, las caricias que no se entregan, los besos reprimidos, la certeza de no saber dónde está. Si Alexandra aún tiene fuerzas para continuar se lo debe a un psicólogo, a un psiquiatra y a la medicación. “Vamos a buscarla hasta encontrarla para tener un poquito de calma en este dolor. Vivimos con el (deseo de) ver regresar a mi hija”.
Nathaly fue víctima de la informalidad del turismo en Cusco. Y de la falta de interés de la Policía para buscarla y de la Fiscalía para conseguir que los responsables confiesen dónde realmente está su cuerpo, dicen sus padres.
Dos años después de la tragedia, la Fiscalía acusó a Jainor Huilca, de 19 años, y Luzgardo Pillco, de 21. Según la Fiscalía, en el recorrido del zipline, de más de un kilómetro, la víctima viajó sin que se tomaran medidas de seguridad. Llovía y el agua podía acelerar el tránsito por la mínima fricción entre polea y cable de acero. Minutos después de iniciar el viaje, Nathaly impactó violentamente contra el torreón de recepción. Sufrió lesiones graves y la falta de una atención inmediata.
Lejos de socorrerla, Jainor y Luzgardo decidieron desaparecer su cuerpo. Juntos cargaron el cadáver al maletero de un auto Toyota Corolla estacionado a unos 400 metros del lugar. En ese sitio empezó el trabajo criminal de deshacerse de la víctima. Compraron ron para poner la botella en el bolso que llevaba la joven para hacer consentir que estuvo bajo los efectos del alcohol y se cayó a un río.
A la altura de la zona de Tancac, la botaron a las aguas turbias y violentas del río Vilcanota. Desde su desaparición, Alexandra y su esposo Marcelo Salazar desplegaron incansables jornadas de búsqueda.
Los criminales lograron su objetivo. Los acusan solo por homicidio culposo y no por calificado. La pena apenas llega a 5 años y 7 meses. El juicio empezó el viernes último y el dolor volvió a aflorar en los corazones de Alexandra y Marcelo.
Una noche Marcelo Salazar soñó con su hija. Marcelo la encuentra. Están cara a cara y él, acongojado, la interroga.
- ¿Quién te hizo daño, hija? ¿Dónde estás?, pregunta.
Ella le da un nombre en quechua. Marcelo no la entiende, pero se inventa una palabra: Huaypo. Nathaly sonríe y mueve la cabeza afirmativamente.
Marcelo despierta y se quiebra en un llanto. Luego de ese sueño ha vuelto al Perú y empezó a indagar si había algún sitio llamado Huaypo. El lugar existe y también hay una laguna con ese nombre entre Cusco y Urubamba. Marcelo teme que ella no haya sido lanzada al Vilcanota, sino a la laguna de Sambor Huaypo. “Ojalá que siga viva”, anhela Marcelo. Este padre suspira, mira al cielo, y se pregunta hasta cuándo la pena durará.
Camino. Nathaly (der.) viajó por países de Latinoamérica.