Mónica Cuti
Los cigarros electrónicos o vaporizadores eran considerados benignos, cuando se les comparaba con los convencionales. Su creación, a inicios del 2000, se dio para controlar la adicción a los cigarrillos.
Se demostró su doble efectividad frente a los parches y otros métodos para dejar de fumar. Sin embargo, hace unos meses, se conoció la muerte de varios jóvenes en Estados Unidos por desarrollar enfermedades en sus sistemas respiratorios, relacionadas al uso de este producto. Ello levantó cuestionamientos sobre su utilización.
En países como la India, se prohibió su consumo; en México, fue vetado desde el 2015 al considerarlo dañino, pero por acciones legales continúa vendiéndose. En Chile, buscan imponer reglas de uso y comercialización, como las que tiene el tabaco. En nuestro país, no tiene regulación.
El máster en psicofarmacología y drogas de abuso de la Universidad Católica San Pablo, Guillermo Escobar, observó que si bien se quiso suplir el uso del tabaco, la mayoría terminó usando ambos.
Conseguir los cigarrillos electrónicos no es extraordinario. Se pueden adquirir en tiendas de licores o establecimientos con insumos para tatuajes o similares. El más barato cuesta S/ 20 y el más caro S/ 500. Esto depende de la calidad, capacidad e incluso sabor. Hay desde tabaco puro hasta capuchino.
Todos son recargables, eléctricamente o con pilas especiales. Además, tienen una cavidad para introducir el aceite que le da sabor y con el que se produce el vapor al aspirarlo. Su tiempo de vida supera el año.
El humo que se aspira de los cigarrillos electrónicos, según estudios, tiene metales como el níquel y plomo. Son atribuidos a la bobina que se usa para calentar el líquido al momento de prenderlo, así como a aditivos considerados seguros en la industria agroalimentaria, pero vinculados a enfermedades pulmonares. Se desconoce qué efectos tienen estas sustancias vaporizadas.
Además, tienen glicerol, compuesto que se usa para que el líquido se vaporice más rápido. También albergan otras sustancias peligrosas como el alquitrán, que es cancerígeno, o el monóxido de carbono, que causa enfermedades cardiovasculares. Asimismo, Escobar asegura que sus elementos son igual de cancerígenos que el tabaco.
Sobre el consumo del tabaco, el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) indica que afectó al 18.9% de la población de 15 años a más en 2018, ya que aumentaron su riesgo de contraer enfermedades no transmisibles. Al año, 16 000 personas fallecen de cáncer al pulmón en el país, según el Ministerio de Salud. Solo en Arequipa, las personas con cáncer al pulmón representan más del 10% en estadísticas del Instituto Regional de Enfermedades Neoplásicas del Sur. El uso de este producto es más frecuente en varones, el 30.8% de ellos fuma; mientras que solo 7.7% de mujeres también lo hace.
Escobar señala que la adicción a este producto tiene un solo fin, que es la búsqueda del placer. Cuando una persona consume un cigarro convencional o electrónico, su nicotina estimula una parte del cerebro que se llama sistema de recompensas. Con ello, se produce más dopamina. Ante el aumento de esta, se genera más placer y, así, se provoca la dependencia.
El especialista atribuye las adicciones a las infancias infelices. Cuando una persona no está acostumbrada a emociones placenteras por tener una vida poco satisfactoria, la corteza prefrontal (donde está el sistema de recompensas) no puede reaccionar de la misma forma y busca sentir esa sensación con frecuencia.