Seguro que sí. Es una inmensa región que ocupa el extremo oriental de la Federación Rusa y lo que más conocemos de su historia es el período de Stalin, cuando Siberia era el lugar donde llevaban a los presos políticos. Gracias al libro Archipiélago Gulag, de Soljenitsin, su nombre empezó a ser sinónimo de destierro y castigo. Pero hay otras siberias más cercanas a nosotros. Son nuestras bibliotecas públicas, que además de ser maltratadas de diversas maneras o precisamente por quienes tienen la responsabilidad legal y ética de impulsarlas, es decir los alcaldes, son a menudo destino forzado de cualquier trabajador municipal incómodo para la gestión por razones varias, algunas de las más comunes son: ser dirigente sindical, haber participado en una huelga, objetar decisiones de algún funcionario, regidor o alcalde por improvisadas decisiones, corruptas o dañinas para la población, negarse a ser un “chicheñó”, haberse manifestado en período electoral a favor del candidato de la oposición y otras cuestiones. ¿Fulanito? No quiero ni verlo, mejor mándalo a la biblioteca. Es decir, a un lugar donde no moleste, desterrado y en castigo. Como ocurre, lamentablemente todavía, con algunos alumnos molestos en no pocas bibliotecas escolares para nuestro escarnio.
Claro que también hay otros habitantes, esta vez voluntarios, en este universo siberiano. El estereotipo del bibliotecario ogro, al que muchos hemos odiado en nuestra infancia o juventud y que por poco nos quita para siempre las ganas de leer, suele ser un vigilante, un policía municipal, una secretaria, un auxiliar, un técnico, un obrero de cualquier área, un supervisor, que ya próximo a jubilarse pide ser destacado a la biblioteca para ver pasar el tiempo sin hacer nada excepto cobrar el sueldo. En este rubro podemos considerar a los que se declaran enfermos, que no pueden caminar mucho, que no pueden ni estirarse ni agacharse salvo para comer y que lo único que pueden hacer sin afectar su “delicada” salud sea estar sentados, recortando papelitos (porque hasta pegar etiquetas les exige demasiado esfuerzo o lo hacen mal).
Y finalmente están los auténticos siberianos, aquellos que sin importar cuán bien hayan trabajado, cuántas mejoras hayan impulsado, basta que cambie la gestión para que los despidan. Aunque muchas veces solo les dicen que se acabaron los contratos, lo que puede ser cierto en el mundo en que la meritocracia es solo una palabrita en la famosa ley Servir. La verdad suele ser que necesitan espacio para ubicar a quienes los ayudaron en la campaña. Esto es lo que viene ocurriendo en la región Piura, de la que voy a reseñar solo dos casos que me parecen emblemáticos para no hablar de las demás regiones donde sé que está ocurriendo lo mismo. En el distrito de La Huaca, provincia de Paita, el nuevo alcalde cerró cuatro de las seis bibliotecas que había en la capital y caseríos. Obviamente, fue para cumplir su promesa electoral de dar trabajo a “su” gente. De una de las bibliotecas que cerró se llevó también los más de dos mil libros en una camioneta del serenazgo, echándolos en la tolva como quien amontona ladrillos. Hasta fines de febrero nadie había vuelto a verlos porque, según el alcalde, “están a buen recaudo”. El segundo caso que mencionaré es el de la biblioteca de Chulucanas, que también la cerraron en enero y botaron a todos los trabajadores, gente con más de 5 años de experiencia y capacitación, personas cultas y educadas que impulsaron con éxito la lectura en niños, jóvenes y adultos. Esta biblioteca, con más de 60 años de existencia, llevaba el nombre del Vate Manrique, aquel poeta que alcanzó renombre con un solo poema, el soneto Querellas del Jardín. El alcalde anterior, quien dotó a la biblioteca de un buen local nuevo y seleccionó el mejor personal que pudo, como quien dice borró con el codo lo que había escrito con las manos al cambiarle el nombre a la biblioteca por el de uno de los integrantes del Consejo Nacional de la Magistratura, cuyo nombre no quiero escribir porque no me gusta ningún cuello blanco.
Si la Siberia de Archipiélago Gulag fue deplorable ¿acaso estas no merecen el mismo reproche? Ojalá en algún momento nuestro Sistema Nacional de Bibliotecas disponga de las herramientas para impedir estas modernas siberias. ¿Aló? ¿Congreso? ¿Se oye algo por allá?
Anahí Baylon Albizu. Biblioteca Municipal de Piura.
Redacción: La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo - Universidad Antonio Ruiz de Montoya