Sí, esta es la típica historia del taxista. Eso que dicen que los taxistas de Buenos Aires citan a Borges cada dos semáforos no sé si será verdad, pero el que me lleva a mí se llama Nacho y no puedo evitar preguntarle si ha estado pendiente de la sentencia de la ESMA –el juicio más grande de la historia argentina– contra 54 represores militares por las casi 800 víctimas de crímenes de lesa humanidad. A Nacho se le pasó porque estaba en otras cosas. Pero te voy a contar algo, me dice, y se larga a hablar. Cuando hacía el servicio militar, como barman del casino de oficiales, le servía sus copitas a Videla y Galtieri. Eran asquerosos, de esos que te miran como diciendo tú quién sos, pero hace poco hablé con los de mi promoción y dijimos mirá que idiotas éramos, que estando dentro no sabíamos todo lo que estaba pasando. En ese momento se acuerda de algo: De niño jugaba a los soldaditos y soñaba con ser uno, pero esta manga de turros acabaron con todo... ¿Has escuchado a Víctor Heredia? Mis papás tenían un cassette, le digo, pero no me acuerdo de ninguna canción. Te voy a poner una. Pasamos el Obelisco mientras suena Víctor Heredia en el taxi de Nacho: “De pequeño yo tenía un marcado sentimiento armamentista/tanques de lata, de cromo y níquel/y unos graciosos reservistas de plomo/ a mano pintados, con morriones colorados/ que eran toda una delicia para mi mente infantil.../...yo me creía, como creía en el honor /del paso del batallón dentro de mi habitación;/era todo un general dirigiendo la batalla (…) De las banderas, solo jirones; de los morriones/Empenachados, solo un recuerdo desmadejado de dolor.../ ...¿qué nos pasó, cómo ha pasado? /¿Qué traidor nos ha robado la ilusión del corazón?” Después de años de lucha de los argentinos contra el olvido y la impunidad, parte de esos traidores que robaron ilusiones y vidas fueron condenados. Se hizo justicia. Nacho tararea el soldadito de plomo, a Víctor le desaparecieron a la hermana, pero hoy Buenos Aires se ve distinta desde un taxi.