El escritor y periodista colombiano Héctor Abad Faciolince analiza en el programa CUATRO D, de LR+, la posición y contradicciones del presidente de su país, Gustavo Petro, que le generan desconfianza, así como los motivos por los que apoyó al expresidente Pedro Castillo.
— En un texto usted escribió que Gustavo Petro no lo convencía en la presidencia, no le gustaba del todo y que usted no tenía muy claro por qué, pero que había alguna razón por la cual no estaba convencido. ¿Esa idea ha evolucionado?
— No. Desgraciadamente, no. La realidad a veces va confirmando las intuiciones. Me parece que todo Gobierno se merece, y en Colombia eso ha sido una práctica, como un período de gracia, donde uno espera y ve qué pasa, cómo van sucediendo las cosas, qué tipo de gobierno quiere hacer. Yo no voté por él, tampoco voté por Rodolfo Hernández. Voté en blanco. En un principio, mis cuestiones eran más intuitivas que fácticas porque muchos síntomas de su personalidad y su discurso no me convencían. Pero esta regla del período de gracia, de la luna de miel también se le llama, hay que aplicarla. Hay que dejar que los Gobiernos planteen sus políticas, lleven al Congreso las leyes y reformas que quieren adelantar, y desgraciadamente todo va por un camino bastante complejo. Los primeros síntomas son muy sencillos, que Petro llega tarde a todas partes.
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Siempre hace esperar, incluso a Maduro, tres o cuatro horas. Yo era jurado del Premio Nacional Simón Bolívar, que es el más prestigioso de Colombia, y nos hizo esperar hora y media. Hay algo en su personalidad que le impide llegar puntualmente. Es un mal ejemplo para todo el país. Me parece que la puntualidad no es una tontería, pero bueno, hay gente así. Su política, su discurso sobre el problema ambiental del mundo es serio, coherente. Uno está de acuerdo con que el calentamiento global es un problema real que debemos enfrentar todos, pero cuando de repente una de sus ministras dice que “con tal que Colombia sea un país limpio, no produzca ni gas ni gasolina, y no contaminemos nosotros el ambiente, podemos importarlos de Venezuela” es un poco raro, porque, es decir: sacrificar la economía del país para la limpieza del mundo, que todos la buscamos, todos queremos que no haya calentamiento global. Es una especie de suicidio. Estos síntomas se van acumulando, y en las últimas semanas, la cosa se ha agravado bastante.
— Han pasado nueve meses desde la elección de Petro. ¿Ahora confía más o menos en él, visto lo que ha hecho en el Gobierno?
— Mi desconfianza proviene de los tiempos en que el presidente de la izquierda en Colombia era un exmagistrado muy amigo mío, Carlos Gavidia Díaz. Este magistrado fue muy importante en la Corte Constitucional, él impulsó proyectos muy progresistas en los que se dejó de penalizar la eutanasia, la posesión personal de marihuana, el aborto, en fin. Cuando Carlos Gavidia era presidente del foro democrático del partido de izquierda, me contaba que llegaban a unos acuerdos en la noche y por la mañana su copartidario Petro presentaba el acta y se cambiaban algunas cosas que no habían sido decididas. Desde ahí, decía que un tipo que cambia los resultados de su propio partido, sobre todo para tratar de mantener en sus manos o en las de sus más allegados el manejo de dinero de ese partido, eso me producía una gran desconfianza...
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Son muchos los motivos que se han acumulado para que este candidato, y ahora presidente, a mí no me inspire sino una profunda desconfianza. Pero ya con el presidente en ejercicio, él empezó con un gabinete en el que incluía personas de centro. El que era hasta hace poco ministro de Educación, Gavidia, había sido precandidato del centro; puso al candidato a la vicepresidencia de Sergio Fajardo, el típico candidato de centro, como embajador en Estados Unidos; el ministro de Hacienda era también del equipo de Fajardo; la ministra de Agricultura, en fin. Pero hace un par de semanas, Petro echó de la noche a la mañana a su ministro de Educación, y a otras dos ministras más allegadas a él; a ellas sin siquiera avisarles, y a él por sus críticas a la reforma de la salud... Los síntomas de que su Gobierno se ideologiza cada vez más y se escora hacia un Gobierno más ideológico y menos técnico en todos los sentidos, confirma que los temores son reales y graves.
— ¿A qué atribuye esta especie de tirria que parece tener el presidente Petro al actual gobierno peruano? ¿Es amor puro por Pedro Castillo o hay otros elementos menos emocionales?
— Cuando Petro salió elegido dijo: “Tenemos en América Latina un gran bloque de izquierda representado por Boric en Chile, Castillo en Perú”, se sabía que podía ganar Lula en Brasil, está López Obrador en México. Él, que es un hombre bastante vanidoso y egocéntrico, dice: “Yo puedo liderar este grupo latinoamericano”. Me imagino que con Castillo pensaba que podía tener una influencia muy grande; el hombre, visto desde Colombia al menos, no parecía tener una gran personalidad ni una gran formación como estadista, entonces podría ser atraído a lo que Petro y sus amigos le dijeran, podía ser manejado por ellos.
Como se desmoronó su gobierno, por motivos que ustedes conocen mejor que yo, entonces, tanto López Obrador como Petro se inventaron como una especie de conspiración malévola de parte de las élites peruanas para sacarlo, y me imagino que también en parte han ayudado al levantamiento social y popular en contra de la vicepresidenta que tomó el cargo de presidenta. No sé si será una cuestión personal con Castillo, creo que era personal en el sentido de que lo podían manejar para llevarlo al redil del grupo que Petro y López obrador piensan que podrían manejar. Ahora el líder más fuerte de la región de la izquierda es Lula, que ha sido más prudente al hablar del proceso peruano, la política exterior brasileña es más sensata en general.
— Usted que transita entre España y Colombia, ¿cuál es su mirada de lo que ocurre en Perú? ¿Cuál es la imagen que se proyecta afuera?
— Pasa algo en América Latina. Hay descontento con la política y políticos tradicionales, que es de unas dimensiones tan grandes que lleva a más de la mitad del electorado, a muchísimos jóvenes, a pensar que todo está tan mal, que cualquier cambio será mejor que seguir con lo que ellos consideran son las viejas élites que lo han hecho todo mal. Hay un afán de mucha gente por transformar las cosas que los lleva a votar por cualquiera, por una persona totalmente incapaz, como me da la impresión que era Castillo. Pero esa inconformidad sigue presente porque en nuestros países hay una gran brecha y grandes diferencias sociales, hay una gran insatisfacción en las clases populares, que se manifiesta, incluso con más fuerza, no con una situación que empeora, sino cuando mejora un poco.
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Es curioso, pero es así. Cuando mejora un poco la situación del país, y creo que Perú había mejorado en los últimos decenios, hay una mayor conciencia de que no tenemos que estar siempre peor y peor; y surge una impaciencia y un afán porque esas mejoras se consigan rápidamente y con cambios radicales. Por desgracia, eso no es así. Si uno no acepta que los cambios son graduales, que no se consiguen de la noche a la mañana, que ningún político tiene varitas mágicas para solucionar los problemas, si uno no acepta eso y quiere acelerar los procesos y coger todo tipos de atajos, las cosas salen mal. Con Petro ocurre lo mismo.
Él da órdenes en Colombia que suenan muy bien, como que en Colombia ningún niño debe morir de hambre, y él da esa orden. Eso está muy bien. ¿Quién va a estar en desacuerdo? ¿Quién va a querer que se mueran niños de hambre? Pero él no sabe cómo, porque nadie sabe bien cómo. Entonces, como los niños se siguen muriendo de hambre, él se desconcierta y dice: “Pero cómo así se están muriendo niños si yo di la orden de que eso no ocurra”. Y le dicen: “Pero no hemos podido llegar a todos los rincones del país, hasta la última comunidad indígena a llevarles la leche o lo que haya que llevarles para que esto mejore.
El escritor Héctor Abad desconfía de la gestión de Gustavo Petro. Foto: difusión
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Lo que pasa es que el mecanismo es complejo... La realidad no es mágica, por desgracia, requiere procesos que sí se pueden hacer de un modo revolucionario, que en general empobrecen a la población por mucho tiempo y luego no se sabe si van a mejorar o no. O se puede hacer de una manera gradual, que no satisface a nadie por completo, pero por desgracia no hemos encontrado otros mecanismos para que las cosas mejoren de verdad. Creo que en Perú ocurre algo parecido. Hay una gran impaciencia de la gente, comprensible, pero también una ideologización, y creen que cierto tipo de gobiernos van a producir los cambios automáticamente, fácilmente, para que la realidad mejore de la noche a la mañana, y las cosas no son así.
— En los últimos tiempos, usted se ha movido más hacia el periodismo...
— No quisiera. Al revés. Quisiera estar más en la literatura, menos en la realidad inmediata, pero hay personas que me tiran de la lengua como ustedes, y me obligan un poco a estar más metido en la realidad del país.
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— ¿Y nos puede hablar de su próxima novela?
— Acabo de publicar una novela que se llama Salvo mi corazón todo está bien. Es una novela que escribí en la pandemia, cuyo protagonista es un cura bueno, y cuyo narrador es otro cura, y un cura que está esperando un trasplante de corazón, y mientras espera ese trasplante se va a vivir a la casa de una mujer recién separada, que tiene dos niños y vive con una mujer que tiene una niña. El cura empieza a vivir con esta familia, y encuentra allí lo que nunca había tenido en más de 20 años de sacerdocio.
Cuando termino una novela, generalmente me pongo a traducir, y ahora estoy traduciendo una novela de una escritora norteamericana Rebeca Goldstein, que se llama El problema mente cuerpo, The mind body problem. Eso me hace descansar, pero mientras tanto está todo, está la política, están los novelones de la política local, los culebrones como el del hijo de Petro que deja a su mujer por su mejor amiga, y la mujer enfurecida abre la caja de Pandora y cuenta todo lo que había pasado en la campaña de su suegro, y con el enriquecimiento súbito de su marido, hasta que se separa y ya no le gusta tanto.
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— ¿La realidad política colombiana y de América Latina nutre su obra?
Vivimos instalados en una especie de culebrón. Lo del primogénito del presidente no da para mucho porque es como esquemático, pero todo eso me nutre, y todo el mundo está feliz siguiendo ese culebrón del muchacho que se declaraba como un persona humilde y de repente anda en grandes camionetas blindadas, se pasa a vivir en departamentos que cuestan medio millón de dólares, planea comprar una casa para la esposa y luego cae en los brazos de su mejor amiga, y recibe el dinero para la casa de un narco que pasó 18 años en la cárcel, y le da ese dinero porque ahora la política de la paz total de Petro incluya a todos, es decir, a los narcos, a los que habíamos considerado la escoria de este país...