Cuatro décadas después del asesinato en Uchuraccay, Ayacucho, de ocho periodistas y un guía, ¿es posible obtener lecciones de un hecho tan trágico como el que ocurrió el 26 de enero de 1983?
Juan Gargurevich, profesor y autor de libros sobre periodismo, sostiene que los reporteros tienen que conocer bien el reto que van a enfrentar.
"Debe quedar claro que ninguna noticia vale más que la vida, y que todo periodista que se embarca en una aventura como esa, que terminó en masacre, debe tratar de tener en cuenta todos los escenarios posibles de riesgo", afirma.
Gargurevich recuerda que enteró del trágico hecho por radio. "Fue una de las pocas veces que he llorado por una noticia. Yo conocía a todos, pero había conversado más con De la Piniella. Inmediatamente, envié telegramas a colegas de otros países para que lo sepa el mundo.
"Estos jóvenes periodistas pertenecían a medios distintos pero perseguía un fin común: lograr una noticia. Se lanzaron a una aventura que terminó trágicamente sin sopesar los riesgos. Se debió evaluar tres escenarios, con tres enemigos: los militares, los senderistas y los campesinos entrenados por el gobierno. En Huaychao los campesinos asesinos habían sido entrenados", explica.
Según Gargurevich, los periodistas no imaginaron que iban a ser asesinados. "Eso era impensado en esos días, pues no había información clara", dice. Y agrega que en esos casos la prudencia es fundamental, pero es difícil pedir prudencia a un periodista obsesionado con conseguir una noticia.
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"Está mal que se ponga en riesgo la vida -refiere-. No siempre el periodista debe estar adelante, porque han habido otros casos trágicos, como el de Hugo Bustíos, Jaime Ayala y otros periodistas que han tenido finales trágicos".
En su libro 'El juez de Uchuraccay', Gargurevich critica el informe de la comisión Vargas Llosa, sobre todo porque no era vinculante. "Era solo una crónica. No condujo a nada. Las consecuencias fueron durísismas para los campesinos, casi todos fueron asesinados", evoca.
Alcira Velásquez, viuda de Jorge Sedano, quien fue fotorreportero de La República, dice que si ha aprendido algo en estos 40 años es que es muy difícil dedicarse a buscar justicia en Perú.
"Todos los culpables ya han fallecido y el Estado no asume responsabilidad. Hay quienes quieren que no se sepa lo que pasó. A Jorge lo mataron por querer saber la verdad", anota.
Alcira estaba trabajando en su taller de costura cuando llegó una comisión del diario La República a prepararla emocionalmente antes de que se difunda la noticia de la muerte de Jorge Sedano y otros periodistas.
"Para mí han sido 40 años pidiendo justicia, pero todos los culpables ya han fallecido, el Estado no quiere aceptar que los militares no sepan qué pasaba con las fosas comunes. A Jorge le sucedió la desgracia por buscar la verdad. Se ofreció una pensión para los familiares, pero como todo queda en palabras, yo sabía que debía seguir trabajando sin esperar algo de alguien", sentencia.
En opinión del historiador José Ragas, el caso Uchuraccay fue uno de los primeros choques culturales entre la capital y la sierra de la historia reciente.
"Uchuraccay representó sobre todo la enorme distancia —el abismo más bien— que existía entre la capital y el interior.
Legado. Oscar Retto tiene siempre presente a su hijo Willy. Foto: difusión
La comisión Vargas Llosa, antes que brindar explicaciones a partir del lugar donde ocurrió el hecho, extendió esta incomprensión, dando lugar a una serie de interpretaciones antojadizas, cargadas de paternalismo y racismo", explica.
Según Ragas, se podría pensar que se trató de un episodio ya superado, aún cuando anunciaba una década de violencia terrorista y estatal para las y los peruanos.
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"Pero vemos que no ha sido así. Basta ver lo que ocurre en estos días con la represión en las regiones que previamente habían sufrido la insanía de la violencia política y de represiones previas, así como las opiniones en redes sociales y de autoridades sobre quienes llegan a la capital a ejercer su derecho a la protesta. Uchuraccay inauguró una etapa de incomprensión y distancia entre ciudadanos de un mismo país, distancia que no ha hecho sino ampliarse en estas cuatro décadas", puntualizó.
Alicia Retto, hija de Willy Retto, no conoció a su padre porque cuando este murió en Uchuraccay, ella estaba en el vientre de su madre. Pese a eso, y a los ruegos de su abuelo, el también fotorreportero Oscar Retto, siguió el camino familiar.
"Me convertí en periodista por convicción y vocación —detalla—. Me apasionaba la carrera a pesar de que mi familia no quería que siga esta profesión por lo que ya había pasado con mi papá. No fue fácil. Llevar su apellido nunca me hizo las cosas más fáciles; al contrario, me ha costado mucho esfuerzo y dedicación hacerme un nombre propio y dejar de ser 'la hija de'", indica.
Alicia cuenta que siempre crecíó con la verdad de lo que había pasado con su papá.
"Mis abuelos nunca me ocultaron nada. Crecí entendiendo que las fotografías que tomó mi padre antes de morir significaban muerte y mucho sufrimiento. Por eso superar el caso Uchuracay de manera personal ha sido muy difícil y me ha tomado muchos años, aun creo, no lo supero del todo. Recién pude ir a Uchuraccay cuando tenia 26 años, antes era muy difícil para mí entender y perdonar lo ocurrido. Nunca he podido liderar la investigación y la búsqueda de justicia, pues aun me causa mucho dolor el tema", admite.
Según la ahora conductora de Latina, no hemos aprendido ninguna lección 40 años después.
“Aún tenemos un país dividido, que no sabe escucharse. Que nos matamos entre peruanos sin entendernos. Creo que hoy en día se sigue repitiendo la historia. En algún lugar del país también existe una niña que se queda sin la posibilidad de disfrutar de su padre porque otro peruano lo mató por falta de entendimiento en el Perú”, explica.