Por Raúl Tola En los últimos años, nuestro país ha vivido un fenómeno creciente que se agrava con cada proceso electoral, y que en este ha llegado al paroxismo. A diferencia de otros países, aquí las guerras sucias no solo son peleadas por conciliábulos de asesores y publicistas, que traman y ejecutan intrigas para corroer la reputación del candidato rival. Cuentan también con la militancia de un creciente sector del periodismo, que además de hacer eco de estas conspiraciones, contribuye con su propio arsenal de engaños y ataques arteros. Aunque más de un caso parece responder a intereses subordinados, quienes decidieron empantanar la actual campaña desde la prensa con las más variadas mugres repiten una y otra vez la misma justificación: es imposible ser objetivo, incluso para el más esforzado y puro de los periodistas, y quien lo niegue es un ingenuo. Como ejemplo ponen a los EEUU, cuna del periodismo más sofisticado, donde los diarios importantes acostumbran anunciar del lado de qué candidato están. Pero lo que callan es que esos mismos medios que les sirven de inspiración trazan una frontera entre la información y la opinión, relegando esta última a las páginas editoriales. Aquellos que no han dudado cruzar esa frontera, como la cadena Fox News, han sufrido un enorme menoscabo en el activo más valioso de un periodista: su credibilidad. En EEUU, además, funciona un sistema de defensores del lector o del televidente que sienta sólidas pautas de autorregulación. La verdad es que argumentos como la subjetividad no son más que un disfraz barato, que quiere pero no puede ocultar el real problema: la falta de respeto que nuestros artistas de la guerra sucia mediática profesan por la pluralidad y la tolerancia. Las consecuencias de este comportamiento son lamentables, y quienes pensamos que la prensa no debe camuflar de información sus opiniones, ni puede reemplazar el papel de la publicidad partidaria ni actuar sin escrúpulos, debemos rechazarlo. El oncenio de Fujimori fue nefasto no solo porque corrompió a un vasto sector de la prensa. Junto con el resto del país, muchos de aquellos que no se dejaron seducir por las órdenes y el dinero fácil que repartía Montesinos descubrieron y aprendieron cómo se ejecutaban esas aplastantes operaciones de desprestigio, que empleaban diarios chicha, talk-shows, noticieros y programas dominicales, y donde todo valía, con tal de demoler al enemigo de turno. Con el tiempo no han dudado en copiar esa forma de hacer periodismo que tanto criticaron, con su mal gusto y poca elaboración, sus ganas de deformar la realidad, de exagerarla, de elevar el chisme artero y la calumnia al nivel de noticia, y de liquidar a los que piensan distinto. Pero lo peor es que estas elecciones municipales no son más que un precalentamiento para el partido de fondo, las presidenciales. Conviene irse haciendo a la idea: la verdadera guerra sucia está por venir.