Por ALEJANDRO LIRA.- El 7 de junio, día de la bandera peruana, Milton Fridman, padre putativo de todos los Chicago Boys que pululan en los ministerios de economía del tercer mundo, ha arriado su propia bandera, la del monetarismo extremo. Sus 91 años a cuestas, un premio Nobel de Economía y la fama de casi haber encontrado la piedra filosofal de las finanzas públicas, no le han impedido confesarse ante el corresponsal del Financial Times en San Francisco, USA. Digamos, un hecho equivalente al de un cura confesándose con el sacristán. Claro que el acto sacramental no fue en la sacristía sino en un simple restaurante californiano, lejos de los oropeles académicos y muy cerca del mozo que atendía a dos hombres: uno entrado en años y el otro preguntón. La nota periodística Almorzando con el Financial Times dista mucho de la crónica trivial que se hace a un veterano conocedor de los vericuetos numéricos de las cuentas públicas. El pensamiento de Fridman ha sido nada menos que el motor con el cual, en vez de movilizar las fuerzas productivas de buena parte del tercer mundo, ha congelado el desarrollo de estos países y, también, enfriado economías como la de Inglaterra, que de la mano de Margaret Thatcher en los 80s convirtió a la isla británica, antigua dueña de la India, en un vulgar conejillo de indias. La heroica huelga de los mineros ingleses, luego de resistir un año, finalmente se quebró para dar lustre al apelativo Dama de Hierro de la Thatcher y dejar al laborismo británico en lo que es ahora, un socialismo des-almado. Ya en ese entonces, algunos funcionarios lúcidos de la Thatcher entre bambalinas confesaban: "Por supuesto que el monetarismo es una locura: nuestro trabajo consiste en hacer que esa locura funcione adecuadamente...". Que el banco central únicamente controle la masa monetaria dejando el mercado en las manos del propio mercado iba a ser suficiente para que la economía, solita, resuelva los problemas de la inflación y desempleo. Esta teoría realmente terminó siendo una locura que multiplicó de uno a tres millones el número de desempleados en la isla. Dando testimonio de que pasados los 90 también se puede estar lúcido, Fridman se ha retractado: "El control sobre la masa monetaria como un objetivo en sí mismo no ha sido un éxito. Hoy en día ya no creo en ello, como lo hice alguna vez". Fridman, como el Quijote, se ha puesto lúcido al cierre. Un poco tarde, pero vale más que nunca. Habrá entonces que organizar un almuerzo masivo y convencer a los demás neoliberales de que abandonen, de una vez, aquella locura.