Extrañaremos al año 2019, el más atípico de los que nos ha tocado vivir; demasiado intenso y contradictorio para ser asumido desde el rencor o la glorificación, y necesario de apreciarlo rehuyendo las bajas pasiones. Que la ciencia médica no intente hacer el trabajo de la historia; al fin de cuentas, un año no tiene la culpa de que en tan poco tiempo se vivieran décadas y se resolvieran largos pendientes.
El 2019 fue de colisión y ruptura, sí, pero también el año en que la sangre no llegó al río. Lo primero es simbolizado por la disolución del Congreso, y lo segundo por un 30 de setiembre que no generó un caos nacional. Mientras cuatro de los cinco países limítrofes se incendiaban, los peruanos centrábamos nuestra principal controversia en el Tribunal Constitucional e iniciábamos una campaña electoral. Ni Suiza.
Difícil no llamar guerra al encono violento entre el Gobierno y el Congreso, aunque el modo en que fue administrada esta guerra fue inédito. Solo al final los dos bandos apuraron movimientos extremos, el Congreso el archivo de la propuesta del adelanto electoral (26/9) y el rechazo de la cuestión de confianza (30/9); y el Gobierno la propuesta de adelantar las elecciones (28/8) y disolver el Congreso (30/9).
Las batallas atípicas del 2019 agotaron los manuales sobre el conflicto, desde los que aconsejan atacar o no luchar, a los que sugieren engañar. Sun Tzu se habría muerto de rabia en el 2019 peruano, porque nadie engañó a nadie y en cambio todos nos autoengañamos un poco, mientras los grandes adversarios ni se conocían a sí mismos. Como corolario, los derrotados no están tan derrotados.
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La sangre no llegó al río porque fue una guerra de iguales; iguales pero débiles, que se propinaban golpes asimismo endebles. Esta debilidad tiene sus códigos propios que conviene tomar en cuenta porque aún persiste en el período posdisolución: la participación relativa de la sociedad y la poca pericia del Gobierno para administrar sus éxitos. De hecho, el letargo de Vizcarra en la etapa enero-junio fue decisivo para que el fujimorismo reagrupe a la oposición y retome la mesa directiva del Congreso en julio.
Volviendo a los códigos propios de esta guerra, la calle se expresó con racionalidad impregnando este período con dos atributos que marcan la diferencia con Chile, Bolivia, Ecuador y Colombia, es decir, una transición pasiva y pacífica. Esta racionalidad de la sociedad (algunos creen que también es expresión de una debilidad superlativa) operó como una combinación de un sistema fuerte y la prudencia ciudadana. Y todavía hay quienes siguen llamando populista al pueblo peruano. Llámalo sabiduría si quieres.
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Vivimos asimismo un itinerario constitucional inédito, la continuación de lo que se inició el 2016. Nunca la Constitución había sido planchada y estirada tantas veces o abierta tantas veces para buscar en ella y sus instituciones. En un año tuvimos dos cuestiones de confianza, una propuesta de adelanto electoral, tres gabinetes, una disolución del Congreso, un llamado a elecciones parlamentarias, una elección frustrada de un miembro del TC, y un conflicto de competencia sobre la disolución del Congreso. Ahí reside otro sentido común del 2019: ya somos un pueblo constitucional que quiere reformar la Constitución.
Fue también un año espectacular con muestras de sagacidad; me quedo con la del pueblo de Arequipa, que interrumpió la crisis para llamarnos la atención sobre Tía María y recordarnos que en esta transición existe una agenda política y otra social. Fueron también sagaces el fujimorismo para reconstruirse en julio a pesar de su crisis; Vizcarra, para disparar desde el piso, caído, y dar en el blanco el 30 de setiembre aprovechando el fanático frenesí del grupo que había tomado la mayoría, disolviendo con el Congreso la coalición conservadora; y Salvador del Solar, además de arrojado, para plantear una cuestión de confianza en virtual artículo mortis.
¿Hubo personajes trágicos? Sí, el mayor de ellos Pedro Olaechea, medalla olímpica en la prueba de salto al vacío; y amagos de negociación que tendrán que esperar a las memorias de Luis Iberico.
Se inicia el año 2020 con una transición en una etapa de desfleme. La tensión se deriva a la lucha contra la corrupción que tiene menos novedades –pero tiene– en un contexto en que el 26 de enero revelará cuánto impactará el proceso Lava Jato en la vigencia de los partidos implicados en la corrupción y en los que se presentan como la solución. Podría ser que los electores, con sabiduría, no entreguen confianzas aplastantes.
Finalmente, no olvidemos que de cara al 2020 ha crecido la conciencia sobre derechos y libertades, aunque ha sido gracias a sucesos dramáticos como la alta tasa de feminicidios o la muerte de jóvenes en una tienda de McDonald’s. En este escenario, es destacable que una de las causas y efecto de la reforma política haya sido la formación de una mayoría nacional en favor de la paridad. El Congreso lo cepilló pero no pudo anularlo.