El ecologismo es el único movimiento social que ha conseguido poner una fecha límite, entre 15 y 25 años, para que reaccionemos y enmendemos lo mal que lo estamos haciendo como humanidad. Quizá nos quedaba muy lejos cuando cuidar el medio ambiente parecía reducirse a un estilo de vida sano, occidental, de prácticas de reciclaje y consumos responsables, que a juzgar por los precios de los productos bio eran solo para una minoría entendida y comprometida porque tenía recursos para hacerlo. Pero eso ha cambiado.
Hay una consciencia creciente y horizontal de que el planeta está cambiando para mal. Los expertos y activistas llevan ya años advirtiendo de que tenemos los días contados ante el calentamiento global, los bosques incendiados, las sequías, la extinción de la vida. Ante eso, los dueños del mundo siguen haciendo saludos a la bandera o se apertrechan en sus posiciones de dominio y destrucción. Son tan estúpidos que siguen pensando en su propio enriquecimiento a costa de la naturaleza y la convivencia, como si tuviéramos recursos infinitos. Han tenido que alzar la voz las comunidades indígenas y defensores de la tierra y de la vida para que despertemos. Ha tenido que venir una niña, Greta, para encarnar la preocupación de las nuevas generaciones.
Estos días se celebra en España, es decir, en Europa, uno de los continentes que más contamina y depreda, la COP25, la conferencia de la ONU sobre el cambio climático. ¿Serán capaces de tomar acuerdos drásticos que van en contra de sus propios intereses económicos? Lo dudamos. Por eso el papel de la ciudadanía es fundamental: en paralelo se vienen organizando otras cumbres y una gran movilización global para recordarles a quienes están en el poder que el ecologismo será anticapitalista o no será.