Ayer las vimos en su exceso y potencia, en su sinsentido crispado, en su espiral al absurdo. Su hybris desatada que se muestra en las caras desencajadas, en los gritos, en la soberbia: hay congresistas para el chat Mototaxi, Botica o Titanio; pero también están los otros, aquellos usados a su antojo por la intelligentsia de la bancada naranja, aquellos que sueltan sus comentarios desafortunados en el chat y ponen en evidencia los intereses subalternos de su patrona que los digita desde la cárcel y después solo atinan a decir: “Ups, era una broma”. Son esos congresistas encargados de gritar, chillar, mentir, grabar conversaciones por lo bajo, usar sus pocos recursos, para seguir teniendo la gracia de la emperatriz.
Precisamente ha sido un grupo de fujimoristas subalternos, de segundo nivel, quienes gritaban desde las galerías del Congreso contra el premier Salvador del Solar, a quien no habían dejado entrar al hemiciclo cerrándole la puerta con llave. Un nivel del debate que va más allá del octavo sótano de la sentina. Ellos y ellas luego se acercaron a gritarle, a lanzarle adjetivos a menos de 10 centímetros, a arrogarse el poder desde el autoritarismo más vulgar.
El fujimorismo es un sentimiento autoritario: eso lo sabemos perfectamente. Pero como toda fuente de poder es porosa y tiene modulaciones varias. Por un lado, están los fujimoristas que dicen tener modales políticos como Luz Salgado o aquellos que se posicionan solo como aliados, como Lourdes Alcorta. Pero son los fujimoristas que fueron reclutados en el vendaval de la ola antes de las elecciones, sin ningún tipo de espíritu político, sino solo como asociados a sus intereses y al autoritarismo, que hoy son los títeres de esta fuerza en deterioro. Serán usados y desechados, pero ellos aún no se dan cuenta. Han sido ellos, los provincianos utilizables y desechables, quienes han traicionado a nuestro país al seguir el circo de las votaciones por el TC. Y como sostiene Rosa María Palacios, en la práctica se ha denegado la cuestión de confianza, por lo tanto, el presidente Vizcarra decidió disolver el Congreso según lo dispuesto por la Constitución.
*Lamentablemente, después del clásico del domingo se produjo la muerte de un hincha en las afueras del estadio de la U en La Molina: no podemos permitir que la celebración de una victoria deportiva termine en muerte y destrucción.