Yo siempre les he llamado dinosaurios a los viejos fascistas. Pero también podría funcionar llamar dinosaurios rojos a los viejos comunistas.
“Yo los entiendo bien”, me gustaría decirles a Tirso y a Nani, después de ver Cómo criar dinosaurios rojos, la obra que protagonizan y en la que, pese al trabajo con la ficción, dejan de una forma entrañable parte de su vida, aunque no hagan teatro testimonial.
Creo que mi padre pensaba que el papá de Nani podría haber sido más radical algunas veces. Seguro que el papá de Nani pensaba que el mío podría haber sido más conciliador otras tantas, o quizá ni pensara en ello. Pero qué diablos. Quiero pensar que ser hijos de quienes somos, de los dinosaurios de la izquierda desunida, no nos ha impedido nunca trazar nuestro propio camino de miguitas rojas, ni ser críticos con eso de lo que venimos, ni desistir de los ideales, más o menos revolucionarios, que nos legaron.
Como Tirso cuando dice que su padre hablaba del comunismo como los evangelistas hablan del paraíso. O cuando la madre de Nani le enseñó a no a hacer pila en el mar por respeto a los muy muy. Esta obra nos convoca para mofarnos con amor de las conversaciones sobre la plusvalía, para sentir ternura por nuestras familias y compartir con complicidad la estoica y demencial experiencia de ser hijos de comunistas de la clase media en el Perú, aunque nos tachen de terroristas caviares. Porque ahora criamos a otros en la misma porfiada utopía. Y qué.