“¿Cómo se establecían los montos de las reparaciones?”, pregunta. Y responden: “En coordinación con Ian Elliott... Se estableció una ‘tablilla’ en la que se definían los abusos de mayor y menor gravedad”.,“No podemos expulsar a nadie sin que lo refrende la Santa Sede”, dijo el vicario general del Sodalicio de Vida Cristiana, Fernando Vidal, ante la comisión que los investiga. Lo dice por Luis Fernando Figari, quien sigue siendo sodálite porque nunca fue expulsado de la institución. No obstante, se sabe de la existencia de otros sodálites expulsados que no pasaron por dicho trámite. El caso de Daniel Murguía, por ejemplo. O el de Germán McKenzie, quien era nada menos que el vicario regional del Sodalitium. Algo así como el número tres en su momento. Con lo cual, lo afirmado por Vidal se volatiliza en el acto como el vapor. Sorprende más en Vidal que en Moroni, ambos sentados frente al legislador Alberto de Belaunde, la insuficiencia para procesar lo vivido. Pero fuera de ello, y casi, casi sin querer queriendo, a base de pequeñas dosis, el congresista De Belaunde no deja de hacer preguntas inocentes y curiosas, que arrancan respuestas interesantes. “¿Cómo se establecían los montos de las reparaciones?”, pregunta. Y responden: “En coordinación con Ian Elliott (el consultor irlandés que contrataron para negociar con las víctimas). Se estableció una ‘tablilla’ en la que se definían los abusos de mayor y menor gravedad”. O algo así, explican. Era como una suerte de matriz de calificación de los abusos. En ella se listaban desde los abusos más graves a los menos graves. El criterio seguido para determinar las cantidades era lo que los tribunales peruanos disponían. Y usar como referentes casos similares aplicados en otros países. La última palabra sobre las cuantías la tenía el Comité de Asistencia, conformado por cuatro personas: Fernando Vidal, José Ambrozic (ambos miembros de la organización), Scott Browning (abogado y consultor norteamericano) y Claudio Cajina (abogado y consultor del Sodalicio). Elliott no participaba de las decisiones, aunque al parecer proponía algunos números. De Belaunde acota si no pensaron en convocar a alguien más imparcial para discernir sobre este delicado tópico, dado que, por lo esgrimido, quedaba claramente establecido por ellos mismos que actuaron como juez y parte. “Elliott era el imparcial. Tenía totalmente independencia para actuar”, replican. Sin hacer mención a que Elliott era otro asesor rentado por el Sodalicio. La sensación que dejan las intervenciones de Vidal, que parecen navegar por las aguas de la soberbia y del autoengaño, parece la de un aparato de aire acondicionado que hace mucho ruido pero no funciona. “Mira, sí, ya nos dimos cuenta de que hicimos cosas malas, pero ya cambiamos, y estamos haciendo todo bien ahora”. No lo dijo así, pero así sonó. Prácticamente llegó a insinuar que fue gracias a él que se eliminaron las “órdenes absurdas”. De locos. En cambio, Moroni sí acepta con evidente fastidio y vergüenza los abusos y malas prácticas. El secretismo. El alejamiento de la familia. Las técnicas de manipulación psicológica. Los Talleres de Apostolado Multiplicador (TAM), donde se planificaban emboscadas para captar y reclutar a menores, con criterios clasistas y discriminatorios. Entre otras cosas más. “¿Cómo cambiar el chip después de tantos años (llevándolo)?”, formula De Belaunde, dando en el clavo. Porque esta interrogante fundamental no se responde fácilmente luego de haber pertenecido durante muchísimo tiempo a un movimiento de características sectarias. “Tomando conciencia de lo ocurrido”, responde titubeando Moroni. “La vergüenza ayuda a preguntarse cómo diablos ocurrió todo esto?”, remata el superior.