“Quizás ahora que no va a haber reelección, y el futuro le es ajeno, brote un nuevo ánimo de hacer cambios internos. Costaría menos que sucesivos referendos”.,A estas alturas es más o menos evidente que el Congreso no va a ser disuelto, ni hay quien lo haga. La capacidad de bloquear el proceso democrático y el trabajo de los otros poderes se ha reducido hasta casi desaparecer. Los engranajes de su día a día siguen funcionando, y hay producción de leyes. Pero tras el fin de la mayoría absoluta de Fuerza Popular no parece estar pasando realmente nada. Aunque los menguantes 60 votos de FP no son poca cosa, sobre todo si hubiera propósitos e inteligencia política para entrar a un proceso de alianzas parlamentarias. Pero en este momento la directiva de FP tiene otras prioridades: el juicio de los cócteles y el peso de las fuerzas centrífugas que los está desflecando sin pausa. Por el momento es difícil imaginar la formación de un nuevo bloque capaz de ejercer un liderazgo positivo del Congreso. Esta dificultad no surge de la ideología, que casi no existe entre las 130 curules, sino en cierta paciente pasividad profesional aprendida a lo largo de dos años y medio. Como si la política hubiera estado solo en el choque Ejecutivo-FP. Una versión dramática, y paradójica, podría ser que el Congreso se está disolviendo sin haber sido cerrado. No es porque falte actividad. Las rutinas siguen adelante. Los congresistas más moscas siguen declarando sobre los temas más variados, pero mucho de esto último hoy se reduce a un diálogo de sordos entre la culpabilidad y la inocencia, en todos los niveles. Los medios no ayudan, pues la parte del trabajo parlamentario que propone y defiende cambios meditados para el ordenamiento del país no suele ser tan interesante para el gran público como la parte conflictiva, que es la que acusa y se defiende. Con lo cual las propuestas del referendo funcionan como un efectivo reemplazo el Congreso. ¿Podrá el Congreso salir de esta crisis? ¿Quiere hacerlo? ¿La reconoce siquiera? En verdad la corporación tiene décadas demostrando nulo deseo de transformarse a sí misma, como si ese fuera uno de sus principales mandatos. Quizás ahora que no va a haber reelección, y el futuro le es ajeno, brote un nuevo ánimo de hacer cambios internos. Costaría menos que sucesivos referendos.