Hoy, gracias a que fiscales y jueces jóvenes y con esperanzas de justicia, convencidos de su profesionalismo y la urgencia de una rectitud en su actuar, están dando batalla para corregir la podredumbre desde dentro,Se habrán dado cuenta de que los extranjeros hablan de Perú mientras nosotros insistimos en ponerle el artículo masculino singular: el Perú. Es una marca de diferencia con nuestros pares de América Latina y de habla hispana. En estos días, junto con Luzmila Bermeo, dirigente awajún de la zona del Río Nieva, nos ha tocado explicar en diferentes escenarios lo que está sucediendo en nuestro país en los últimos meses y lo que ha implicado la lucha frontal contra la corrupción que hemos emprendido institucionalmente. En Luxemburgo, Bruselas, Valencia, Tarragona, Barcelona y París estamos presentando el libro Mujeres y conflictos ecoterritoriales pero, sobre todo, tratando de dar la versión local de la tremenda crisis que atravesamos desde que la caja de Pandora llamada Lava Jato soltó sus furias justicieras. Y la explicación no es fácil, pero ayuda a pensar en esta sensación de bienestar moral que nos embarga al saber que, por fin, se va haciendo justicia. Todos los presidentes desde 1985 al 2017 están implicados en temas de corrupción. ¡Todos! Alberto Fujimori —que se allanó a cuatro cargos por corrupción en 2009— pero también Alan García Pérez, Alejandro Toledo, Ollanta Humala y PPK. Digamos que desde la recuperación de la democracia del régimen militar de Morales Bermúdez, solo se está salvando Fernando Belaúnde. No es poca cosa, considerando que Alfonso Quiroz, en su libro Historia de la corrupción en el Perú, sostiene que el régimen menos corrupto de los últimos años fue el del presidente Billinghurst ¡de 1904! Hoy, gracias a que fiscales y jueces jóvenes y con esperanzas de justicia, convencidos de su profesionalismo y la urgencia de una rectitud en su actuar, están dando batalla para corregir la podredumbre desde dentro, podemos estar orgullosos desde afuera, aduciendo que se trata de una crisis de la que saldremos fortalecidos. No tengo la menor duda y, junto con Luzmila, es el mensaje que hemos querido dejar en esta gira. Es cierto que la tarea contra la corrupción no es solo de los administradores de justicia sino de todos. Los jóvenes vienen marchando y movilizándose desde hace meses con emblemas como “Caiga quien caiga” pues es monstruosamente falso que culpen a unos y saquen la cara por otros. No, en la Asamblea Ciudadana, en los foros por la democracia, en las batallas de las ideas, los y las jóvenes irrumpen contra todos los que se han mostrado concupiscentes con lógica del vale todo. Durante mucho tiempo la clase política, ahora viniéndose abajo, la utilizó religiosamente “haciendo de cuenta” que no lo hacía. Esa ha sido la situación que permite la corrupción: el creer que por cumplir con el ritual, con el terno, con la fórmula, con la pátina burocrática, con la “muralla china”, estás amortiguando el miasma asqueroso del dinero por lo bajo, del doble estándar, del vuelto que te metes en el bolsillo llamado “cuenta en Andorra”, de la tremenda mentira de una conferencia por cien mil dólares, del financiamiento de una campaña millonaria inventando coctelitos. ¡Hay que desterrar el “hacer de cuenta” que no nos hemos enterado! Por Perú o por el Perú: la casa grande.