Al no tener muchas salidas hacia adelante intentará seguir en la ambivalencia, avanzando y retrocediendo, sin arriesgar mucho.,Hace dos semanas Mario Ghibellini discutía en su columna la ingenuidad de Daniel Salaverry al creer que tenía cierta autonomía de Keiko Fujimori (Jugamos a que yo era presidente, El Comercio 15/9). Salaverry había mostrado algunos gestos de independencia al revisar y criticar decisiones de su antecesor en la Presidencia del Congreso, Luis Galarreta. Pero esa semana dio un paso atrevido: se comprometió a declarar al Congreso en sesión permanente para aprobar las reformas del Ejecutivo. En apenas horas quedó claro que la bankada no le seguiría los pasos. Fuerza Popular no solo desestimó su pedido en la Junta de Portavoces, sino que supimos que Rosa Bartra, Presidenta de la Comisión de Constitución, mandaba más que Salaverry. Sentenciaba Ghibellini: “El congresista Daniel Salaverry está con roche. Por un momento pareció querer vivir esta semana una fantasía de presidente de la República y desde las alturas de un poder que lo excede le hicieron saber, con crueldad escrita con K, que en realidad no preside ni el Parlamento”. Un resbalón extraño. Si algo sabe Salaverry, un político de carrera, es posicionarse. Tras perder como candidato del APRA en la carrera por Trujillo el 2011, entendió que ese partido no le garantizaba el ascenso a posiciones mayores y pasó a FP. También perdió como candidato del Fujimorismo a dicha alcaldía el 2014, pero su participación le dio una buena posición en la lista al Congreso. En muy poco tiempo destacó en el liderazgo de la bankada, aunque las limitaciones de sus colegas le facilitaron las cosas. En otro país, llegar a la Presidencia del Congreso en tres años sería casi imposible. Aquí resultó fácil. Para lograr esa presidencia, sin embargo, Salaverry cruzó ciertas líneas costosas para su futuro. Aceptó el papel de segundón. Se volvió tan Keikista como Héctor Becerril. Pechó a Kenji como el que más. Siguió la línea de su jefa, esa que asegura vocerías y premios en FP. El problema es que con el Congreso y Keiko Fujimori perdiendo popularidad esa estrategia era peligrosa. Seguro apreció el gran número de líderes políticos que al actuar como escuderos y sicarios de sus líderes se condenaron a ser segundones eternos. Decidió usar el puesto para reinventarse, aunque sea un poco. Pero, como concluía Ghibellini, patinó. Su tímida autonomía fue respondida con dureza. Algo pasó ese fin de semana, sin embargo, que cambió las cosas y le dio un nuevo aire al aspirante a líder. Vizcarra pasó. El pedido de confianza arrinconó al Fujimorismo, mostró todavía más sus debilidades y grietas. Ver a su lideresa rodeada de treinta personas (y un perro) hablando de la gran conspiración en su contra por enfrentar la corrupción debe haber sido una alerta muy poderosa de la ceguera imperante. Si la próxima semana los resultados de FP en municipales y regionales son malos la crisis aumentará. Y por eso esta semana Salaverry ha vuelto a tentar suerte en su papel de tímido líder. Ha recibido críticas de su partido, especialmente entre las voceras que antes lo vapulearon, pero no ha retrocedido. Keiko ya fue notificada, además, que parte de su bankada no tiene espíritu de bonzo. Eso aumenta su juego. Complicado saber hasta dónde tentará suerte. Me inclino a pensar que al no tener muchas salidas hacia adelante intentará seguir en la ambivalencia, avanzando y retrocediendo, sin arriesgar mucho. Complicado disputar el liderazgo de un partido familiar, más si está en crisis. Y no parece haber por ahora futuro en otras organizaciones, un dilema que debe ser hoy el de varios fujimoristas. Pero claro, ahora los costos de mostrar debilidad son mayores. Ya debe saber, como buen matón fujimorista, que las venganzas de su jefa son crueles. Y que nunca faltan matones para ejecutarlas.