Para la perspectiva ilustrada, la protección del patrimonio cultural es una tarea indispensable y permanente. ,Un efecto adicional en tragedias como el incendio del Museo Nacional de Historia en Río de Janeiro es recordarnos que la destrucción cultural es constante, casi inevitable. Solo en la misma ciudad, en 1978, en el Museo de Arte Moderno el fuego destruyó buena parte de la obra en préstamo del preclaro vanguardista uruguayo Joaquín Torres-García. Incendios paradójicos, puesto que los museos, las bibliotecas y muchos templos reúnen los tesoros para el estudio y el deleite, pero también para mejor protegerlos. Pero esa concentración en un solo espacio también los hace vulnerables, como lo muestra la larga lista de siniestros en espacios de acopio cultural de la historia del mundo. La biblioteca de Alejandría, un símbolo del conocimiento en la antigüedad, habría sido incendiada dos veces. Una por la tropa de Julio César en el año 48 a.C., otra por el califa Omar en el año 642 d.C. Es fama que en el 213 a.C. Qin Shi Huang, el primer emperador de China, mandó quemar los tratados filosóficos del confucianismo y enterrar vivos a cientos de académicos. La veracidad, o por lo menos la magnitud, de este tipo de atrocidades culturales de la antigüedad es puesta en duda por los estudiosos. Pero la historia está sembrada de casos que no dejan dudas sobre lo frágiles que pueden ser los testimonios del conocimiento humano, y en su destrucción se dan la mano el fanatismo, la guerra, los accidentes, el progreso. Para la perspectiva ilustrada, la protección del patrimonio cultural es una tarea indispensable y permanente. Sin duda, en el Perú la gran destrucción causada por la Conquista es el episodio más dramático. Pero luego han venido siglos de demolición y saqueo habituales, que no concluyen. Son cientos las huacas que sobreviven precariamente al filo de la desaparición. Vivimos sumidos en el desconocimiento de pasados destruidos. Nos dedicamos a escrutar lo que queda de ellos, a tratar de recomponer los fragmentos heredados. Cercamos los que aún no hemos podido rescatar, acumulamos los rescatados en museos, ponemos trabas a la exportación de los que circulan por el mercado negro de la arqueología. Lo que en otros lugares hacen los incendios, entre nosotros lo hace una ignorante desidia.