Todas las personas que permiten que se sigan difundiendo prejuicios negativos en relación a la homosexualidad son cómplices del maltrato que sufren muchísimos niños en colegios, en sus hogares y en la calle,Jamel Myles tenía 9 años. Se suicidó esta semana en Estados Unidos por el acoso que sufrió en el colegio después de contar que era homosexual. Días antes, el Papa Francisco dijo que cuando un niño manifiesta “tendencias” homosexuales, “hay muchas cosas por hacer por medio de la psiquiatría”. Es decir, hay que tratar de “curarlo”. En la misma semana, el Colegio de Psicólogos de Lima realizó una conferencia llamada “Especialización en desarrollo de la heterosexualidad”. Hace años que la Asociación de Psiquiatría de los EEUU, la American Psychological Association y la Organización Mundial de la Salud dejaron de considerar la homosexualidad como una enfermedad, pero todavía hay mucha gente que cree puede contagiarse o curarse de homosexualidad. Un enfoque de género en los textos escolares podría evitar que acá ocurran tragedias como la de Jamel, infundiría en las nuevas generaciones no solo el respeto sino la valoración de la diferencia. Pero los tentáculos de la Iglesia más retrógrada se han instalado en el Congreso, y esta semana Keiko Fujimori, opositora de todo aquello que busque mejorar la educación y la justicia, declaró que le parecía “prematuro” introducir este enfoque que combatiría la discriminación en las escuelas porque “vivimos todavía en una sociedad conservadora y tradicional”. Todas las personas que permiten que se sigan difundiendo prejuicios negativos en relación a la homosexualidad son cómplices del maltrato que sufren muchísimos niños en colegios, en sus hogares y en la calle. El primer deber que tenemos los adultos en este mundo es proteger a los niños. Es nuestra obligación luchar obstinadamente contra las ideas arcaicas y discriminatorias que hacen de este mundo un territorio hostil y malvado para ellos.