"El problema no es la sensación sino su origen: en el Perú se siente asco por los pobres, por los campesinos, por los indígenas, pero no por los corruptos".,En el año 2007 la Universidad del Pacífico, junto con la Red de Ciencias Sociales, publicaron mi tesis de doctorado convertida en libro. Tuvo un título impropio para trabajos de investigación, El factor asco, y me refería al asco como una sensación que se construye culturalmente y se vive biológicamente: con una arcada, un espasmo en la glotis, una contracción abdominal. Pero el origen de la sensación no necesariamente es la reacción a un olor o a una textura sino a una experiencia moral. En este sentido el asco no es sólo un efecto sino la medida política para juzgar las acciones propias y de los demás como permitidas o prohibidas. En el libro, me centraba en este factor asco como constructor de un “otro” abyecto desde un discurso autoritario; sin embargo, es cierto que el asco como medida política es favorable a la cohesión social porque ubica a ese ser por el que sentimos asco moral como alguien que debe de salir del sistema para que el sistema funcione. El problema no es la sensación sino su origen: en el Perú se siente asco por los pobres, por los campesinos, por los indígenas, pero no por los corruptos. Esta muestra de audios de la vergüenza de un sistema de justicia pútrido ha planteado un giro en nuestra tolerancia a la corrupción: en las redes sociales se está repitiendo la exclamación ¡qué asco! Y eso es sumamente positivo. No pensé, honestamente, que luego de la profilaxis de choque que implicaron los 2,300 vladi-videos, íbamos a necesitar una filtración de registro de actos de corrupción para que volviéramos a sentir asco ante la vileza de administradores de justicia al más alto nivel. Como sostiene el filósofo Aurel Kolnai, la podredumbre en los actos de corrupción emana un brillo de aparente prosperidad y un florecimiento ilusorio. Los vocativos (hermanito, hermano, hermano de mi corazón) les dan a estos audios esa apariencia: una fraternidad de varones en actividad, floreciendo, actuando, vinculándose, ampliándose y siendo “deferentes” unos entre otros. Montesinos llegó a producir un “brillo” fugaz pero certero de la misma putrefacción que seducía como una máscara de respetabilidad y limpieza a quienes estaban involucrados en los actos corruptos: “Estamos entre caballeros” se decían entre ellos. De la misma manera, estos abogados solemnes, enternados y soeces, pretenden otorgar a toda la red un vínculo de parentesco honorable entre patriarcas arropándose en la legalidad por encima de todo. Por eso insisten en que sus actos “podrían ser inmorales pero no ilegales” demostrando que la moral es una suerte de capa insignificante que no tiene la menor importancia porque no se delinque. El límite no es ético sino delictivo: ¡así estamos! Por eso, tengamos asco compatriotas, que el espasmo en el estómago y la arcada nos separen de la anti-ética contaminante.