Salvo el Presidente del Consejo de Ministros, Cesar Villanueva, no encuentro peruano que pueda decir que está orgulloso de su parlamento. ¿Por qué podría estarlo? Tenemos una mayoría prepotente que puede desconocer hasta la misma Constitución si eso conviene a su lideresa Keiko Fujimori.,“La democracia es la peor forma de gobierno, con excepción de todas las demás” dijo Winston Churchill. Imposible no pensar en nuestra forma de gobierno en estos días turbulentos en donde el afecto por la democracia se deteriora cada día. Las cifras del estudio “Cultura política de la democracia en Perú y en las américas, 2016/17” (IEP, Usaid, 2018) no dejan duda sobre esta tendencia en el Perú. Estamos en la cola de los países en cuyos ciudadanos muestran lo que estudio califica como una orientación “democrática estable”. En estos días, entusiastas colectivos de ciudadanos con poca organización previa se autoconvocan para pedir el cierre del Congreso en Lima. Las sucesivas marchas no han menguado. En el resto del país, contundentes paros regionales se unen a la protesta y exigen la derogatoria del incremento al ISC al combustible. El cambio de Ministro de Economía (Tuesta sólo duró dos meses) no ha traído aún la demandada derogatoria. Las calles se seguirán moviendo, tal vez sin orden ni liderazgo claro, pero con un enorme hartazgo de lo que ven cada día. La democracia se asienta en instituciones sólidas. Nuestro Congreso es hoy una vergüenza colectiva. Salvo el Presidente del Consejo de Ministros, Cesar Villanueva, no encuentro peruano que pueda decir que está orgulloso de su parlamento. ¿Por qué podría estarlo? Tenemos una mayoría prepotente que puede desconocer hasta la misma Constitución si eso conviene a su lideresa Keiko Fujimori. Hay congresistas – tres hasta ahora – sentenciados por delitos anteriores a su elección que no se entregan a la justicia. Las mentiras en la hoja de vida son un hecho cotidiano y hasta el narcotráfico ha aparecido asociado a un congresista fujimorista. A la minoritaria oposición le cuesta unirse y contrarrestar los abusos. Y en medio de todo estos los pleitos y ajustes de cuentas de una disfuncional familia Fujimori parecen ser el centro de todo el quehacer político nacional como si el bien común hubiera desaparecido de escena. El cuadro es el adecuado para que el mercantilismo se pasee por los escaños como por su casa. ¿Y nuestro sistema de justicia? ¿No es de llorar? ¿Hay alguien que pueda creer que en el Perú la justicia es oportuna, razonable, imparcial, equilibrada, igual para todos o proporcional? Puede existir un caso que reúna esas condiciones, pero bien sabemos que es la excepción. Solo por poner un ejemplo, las causas relacionadas a violencia de género se estrellan en ese mundo hostil que es el Ministerio Público y el Poder Judicial. Una fiscal que ante dos violadores confesos en Lima los manda en libertad, de regreso a Nazca, para que su víctima los denuncie ahí porque fue violada por ambos en un bus en ruta con llegada a la capital, no es un caso de escandalosa excepción. Es la regla. ¿Y el Ejecutivo? ¿Qué ejecuta en estos días? Un presupuesto aprobado por la anterior gestión que le augura un déficit fiscal. Cero iniciativas, cero capacidades para reformar, cero propuestas creativas y propias. Sufrimos la administración de lo obvio bajo la atenta mirada de Keiko Fujimori, la única que puso a Martín Vizcarra en la presidencia y la única que puede sacarlo de ahí el día que ella quiera. Un mandato tembloroso y maniatado con un origen manchado por la sombra de una siempre negada conspiración. ¿Tenemos otras instituciones democráticas? Los partidos políticos son en general clubes de amigos (y próximos enemigos) que se unen en torno al membrete que les otorga haber salvado una inscripción. Su sistema esta tan podrido como el sistema electoral y con estas reglas sólo podrán producir, una y otra vez, los mismos resultados. Es decir, una representación precaria. Sólo algunos organismos constitucionalmente autónomos (como el BCR o el TC) están manteniendo, a duras penas, la institucionalidad que los define. ¿Qué hacer entonces? ¿Salir con antorchas a quemarlo todo? Razones no faltan, pero la respuesta es no. Es una pésima idea. Regresemos a Churchill. Sabemos que la democracia tiene enormes defectos, pero aun en las peores manos y con las peores reglas, es mucho, pero mucho mejor que un gobierno autoritario, que destruye el Estado de derecho, que gobierna de facto ya sea como una dictadura disfrazada de ropaje democrático o como una abierta y desembozada. Eso sería, perderlo todo. Libertades, capacidad de protesta y esperanza de cambio. El 2021 no está tan lejos como parece. Lo que debemos hacer todos los ciudadanos, desde la prensa, desde las calles o desde donde nos toque estar, es no perder la fe. Una gota de esa fe que tienen los peruanos en su selección de fútbol bastaría para seguir dando la buena pelea que hay que dar. No desde la anarquía, ni tampoco desde el nihilismo. Debemos pelear por tener una democracia de verdad. Cada día, sin que se nos pase una sola falta. Reclamando una y otra vez por la construcción de ese mejor Perú que hoy se nos niega. Los que son un obstáculo para la democracia, los que quieren copar todo y dejarlo como esta, tienen que desaparecer de la política el 2021. En nuestras manos está la renovación que tanta falta hace. A la vuelta de la esquina hay unas elecciones locales que pueden ser – si la mayoría así lo quiere – un preámbulo, un ensayo, de saber votar, para que todo cambie para bien.