Evidencian una forma de machismo cotidiano al que damos menos atención pero que se engarza de distintas formas con los actos más brutales que recogen los medios.,Esta semana Carlos Hualpa prendió fuego a Lizet Ágreda, joven a la que acosaba desde hace meses. Un horrendo caso que se suma a otros actos barbáricos contra las mujeres en el país. Pero no quiero detenerme en el caso, sino en los comentarios que se dejaron en redes y medios de comunicación sobre el mismo. Evidencian una forma de machismo cotidiano al que damos menos atención pero que se engarza de distintas formas con los actos más brutales que recogen los medios. En este caso, además de las abundantes muestras de empatía, hubo también diversas personas dando opiniones idiotas sobre sobre la conducta de la víctima, sobre sus errores al no denunciar, o sobre la indolencia de las feministas de “aprovechar” el hecho para avanzar su agenda. Y muchas de estas opiniones se dan con nombre y apellido. Otro ejemplo de este machismo cotidiano y agresivo. Hace unos días la escritora Gabriela Wiener compartió una selección de los abundantes insultos misóginos y racistas que le dejan en unas video-entrevistas que realiza para un portal web. En varios casos, también con nombre y apellido. Además de racismo, parte de esa violencia se explica porque Gabriela es mujer. Una mujer, además, que defiende causas que molestan a un sector de machos peruanos. Y otro. Esta semana un hombre asesinó al que, según la prensa, sería el amante de su esposa. Los comentarios dejados en la noticia son previsibles, pero no por ello más fáciles de digerir. Según varios comentaristas la muerta debió ser la mujer por faltarle el respeto a su esposo. Otros entienden y justifican al asesino pues se le ofendió “como hombre”. Y para otros el responsable es el asesino pero no por su crimen, sino por ser un poco-hombre; su falta de masculinidad explicaría el adulterio y, por consiguiente, la tragedia. Comentarios de un ivel de violencia y estupidez muy alto y, de nuevo, varios con nombre y apellido. Se ha criticado a varias feministas por vincular este machismo cotidiano con crímenes brutales. Exageradas, obsesas, dramáticas. Pero estoy de acuerdo con ellas. Si usted cree que estas formas de violencia no guardan relación con un sujeto quemando una mujer, píenselo mejor. El argumento no es que “sea igual” un insulto o un chiste sexista a golpear o prenderle fuego a un ser humano. Evidentemente son cosas distintas. El argumento es más profundo, como sería evidente si hubiese un poco de empatía con quienes denuncian estos casos: esas conductas agresivas, esas bromas grotescas, la discriminación en el trabajo, construyen y nutren espacios en que la mujer se considera poca cosa, dependiente y subordinada al varón. El que se pueda agredir virtualmente y dejar comentarios idiotas sin temor a la sanción social evidencia, además, en qué medidas son actos considerados normales para el entorno de esos sujetos. Estos entornos pueden llevar a formas de violencia como las mencionadas, menos graves, pero también ayudan a justificar y promover formas más duras. No es igual, pero no podemos entender esos actos grotescos sin entender lo otro, lo cotidiano. Esta cotidianidad que construye hombres tóxicos y violentos. Son espacios donde se normalizan formas de violencia contra las mujeres. Si el género no fuera un factor relevante para el tipo de crímenes que se cometen, ¿por qué la violencia familiar es abrumadoramente mayor contra las mujeres? ¿Por qué los casos de acoso tienen casi siempre a un varón como acosador? ¿Por qué muchas autoridades todavía no tratan igual a hombres y mujeres? Delitos como el ataque a Lizet Ágreda, los detalles que llevaron a este hecho espantoso, puede ayudarnos a entender esta relación entre lo micro, lo cotidiano, y los casos más grotescos. Puede ayudar a las autoridades a comprender por qué no se les tiene confianza para denunciar y como ser más receptivos. Puede interpelarnos sobre lo que estamos haciendo para cambiar nuestros entornos. Y de paso, hacernos agradecer y apoyar a personas valientes como Gabriela, recordarles que a pesar del mal rato que pasan al salir a enfrentar los insultos y prejuicios, están contribuyendo a que mañana nuestras hijas e hijos pueden vivir en una sociedad más libre, igualitaria y segura.