Discriminan y juzgan: esto sí, lo otro no, esto sí es una violación, esto no; esto sí es abuso, esto no; esto sí es violencia de género, esto no; esta es una feminista, esta no. Y lo hacen desde su inmunidad.,Ayer, mientras conocíamos los detalles del crimen perpetrado contra Liset Ágreda, quemada viva por su acosador en un autobús, se iba evidenciando cada vez más que en esta guerra contra los odiadores de mujeres luchamos en muchos frentes. No solo tenemos que encarar el miedo y el riesgo a una violencia real, documentada y virulenta en la calles y en las redes, sabiendo que la justicia no está de nuestra parte, sino también tenemos que pugnar en el plano simbólico, el de la palabra, que tanta misoginia y reacción ha vaciado de contenido, explicar nuestras razones hasta la extenuación, ser vilipendiadas por narrar experiencias durísimas y comernos la desacreditación constante de gente incluso querida. Ayer hemos compartido en público y en privado con compañeras feministas nuestra desolación, mientras veíamos cómo se acusaba al movimiento de aprovecharse de la desgracia, de empoderarse y fortalecerse con la tragedia de una mujer quemada. No se puede creer tanta ignominia, tan poca comprensión, tan poca empatía y tanta estupidez. El horror impune es la gasolina del machismo, no de las que combatimos el fuego del horror. La falta de responsabilidad y solidaridad no solo atraviesa a los zafios, también a los cultos, que son los primeros en saltar a condenar el hecho bestial, para que no vayan a pensar que ellos, listos, sabiondos, no condenan la violencia. Son los mismos que el resto de días viven cuestionando los excesos del feminismo en sus muros, liderando campañas mediáticas en las grandes cadenas de televisión contra NiUnaMenos y llamándonos fanáticas. Qué fácil es posicionarse contra lo obvio. Discriminan y juzgan: esto sí, lo otro no, esto sí es una violación, esto no; esto sí es abuso, esto no; esto sí es violencia de género, esto no; esta es una feminista, esta no. Y lo hacen desde su inmunidad. En esto también quieren tener la última palabra o sino explotan. Ahí, en ese espacio en que se pelean los sentidos comunes, los imaginarios, lo que puede hacer cambiar estructuralmente las cosas para las mujeres, allí no ayudan ni mierda.