Sin saberlo entonces Moscú cruzó una línea de antioccidentalismo y de manejo imperial, dos actitudes que en estos tiempos Vladimir Putin practica sin mucho pudor.,Esta quincena son 50 años del inicio de la movilización de tanques soviéticos para amedrentar, y eventualmente aplastar los vientos renovadores de la Primavera de Praga, en lo que era entonces Checoeslovaquia. La invasión misma se concretó en agosto, con participación de cuatro otros países del Pacto de Varsovia, sin Alemania Oriental, quizás para no evocar la invasión nazi de 1939. La de 1968 fue la última invasión del Pacto de Varsovia a uno de sus propios países miembros, y en esa medida el campanazo fúnebre del imperio soviético en Europa. Desde el inicio fue evidente que el régimen Dubček fue derrocado para impedir el contagio primaveral de ideas democráticas a toda la zona soviética, la URSS incluida. La epidemia liberal finalmente prendió en 1989, 21 años después. La invasión, con su mensaje sobre la imposibilidad de humanizar siquiera un poco el sistema soviético con reformas, dejó larvada una crisis política, y fue también el zarpazo final del comunismo ortodoxo occidental. Once años después vino la invasión de la URSS a Afganistán, que puso en evidencia los límites del poderío militar soviético en la guerra convencional. Para los checoeslovacos la invasión fue el punto crucial que puso en marcha un clima de rescate del país. Los disidentes patrióticos se multiplicaron de forma instantánea, y la represión que llegó con los tanques fogueó a la generación de dirigentes de la transición pacífica al poder nacional que vio la victoria en ese mismo año 1989, la llamada Revolución de terciopelo. El periodo de apertura de la Primavera de Praga y los años que siguieron a su caída dividieron las aguas. El dramaturgo Vačlav Havel fue uno de los líderes de la resistencia contra la invasión y llegó a ser, tras el educado cisma con Eslovaquia, el primer presidente de la República Checa. El novelista Milan Kundera se exilió a Francia en 1975 y tomó la nacionalidad francesa. En esa invasión se concentraron en cierto modo dos decenios de mano dura de la URSS a los países de Europa del este. Sin saberlo entonces Moscú cruzó una línea de antioccidentalismo y de manejo imperial, dos actitudes que en estos tiempos Vladimir Putin practica sin mucho pudor.