Me disponía a escribir esta columna mientras escuchaba los noticieros matutinos cuando, en medio del zapping acostumbrado, los principales canales de televisión coincidieron en difundir las cifras de terror sobre las violaciones sexuales en el país, esas que nos ponen en el quinto lugar en el mundo y que han generado el #Perúpaísdevioladores, tan vergonzoso como certero, aunque a muchos les joda. Tras mirar y escuchar las noticias pensé que por fin estábamos usando el innegable poder de la prensa para visibilizar la violencia sexual sin tratar lo casos como hechos aislados o anecdóticos. Pero minutos después llegaron las frases hechas de siempre, los lugares comunes y los estereotipos que contribuyen a normalizar las agresiones. “La mató cegado por celos”, “los hombres que las amaban y luego las odiaron”, “fue un crimen pasional”, “la mató por infiel” “no podía vivir sin ella” y un sinnúmero de expresiones que terminan justificando al agresor y generando una suerte de solidaridad sobre él porque, diría la congresista García, lo sacaron de contexto. Seguí mirando la televisión y llegó la terrible noticia del padre que violó a su hija de 2 meses de nacida. Como si el hecho no fuera lo suficientemente escabroso y repudiable aumentan el dramatismo y el morbo con un innecesario y lamentable nivel de detalle del daño sufrido por la pequeña. Peor aún, adelantan juicio sobre el estado mental del violador. Es un enfermo, dicen los periodistas y buscan, para justificar su argumento, la opinión de algún desconocido “especialista”. Resulta que un enfermo mental termina siendo inimputable y hay personas que, por más que nos parezcan perturbadas, tiene plena conciencia de lo que hacen y no merecen un hospital sino la cárcel, y las penas más duras que permitan la ley. En importantísimo, casi vital, que como periodistas comencemos a educarnos, a olvidar nuestros propios prejuicios y erradicar nuestro machismo. Es una tarea pendiente a la que deben sumarse productores, editores y directores. Si no cambiamos nosotros difícilmente lo harán quienes nos ven, escuchan o leen.