El ascenso de Donald Trump a la presidencia viene agravando los problemas que afronta EEUU. Algunos de los principales científicos políticos norteamericanos se reunieron el 6 de octubre en la Universidad de Yale para discutir sobre el estado de la democracia norteamericana (Sean Illing, “Is American democracy in decline? Should we be worried?” Vox.com, 13/10/2017 http://bit.ly/2i8OMvT). Donde la democracia ha demostrado ser más resistente es en las instituciones. Funciona el sistema de pesos y contrapesos, los tribunales están poniendo límites al poder ejecutivo, la prensa, aunque amenazada por el presidente, sigue siendo libre y el Congreso mayoritariamente viene cumpliendo su función. Pero se oyen campanas de alarma. Como dice el profesor de Harvard, Yascha Mounk: “Si las tendencias actuales continúan durante otros 20 o 30 años, la democracia se irá al diablo”. Nancy Bermeo, profesora de Princeton y Harvard, recuerda que las democracias no colapsan como resultado de un proceso carente de voluntad, sino mueren a causa de decisiones humanas deliberadas, generalmente porque quienes tienen el poder dan por sentadas las instituciones democráticas, se desconectan de la ciudadanía, desarrollan intereses particulares que los separan de sus votantes y terminan defendiendo políticas que los benefician personalmente, dañando a la población. El resultado es una sociedad enojada y dividida, con los lazos sociales fuertemente dañados. Adam Przeworski, de la Universidad de Nueva York, recuerda que la erosión democrática comienza con un quiebre en el “compromiso de clase”: las democracias prosperan siempre y cuando la gente crea que su vida puede mejorar. Esta creencia ha sido “un ingrediente esencial de la civilización occidental durante los últimos 200 años”. Pero eso ha cambiado: en Europa, el 64% de las personas creen que sus hijos estarán peor que ellos y el 60% de los norteamericanos piensa lo mismo. No son impresiones arbitrarias: “En 1970, el 90% de los jóvenes de 30 años de edad estaban mejor que sus padres a la misma edad en Estados Unidos. En 2010, solo el 50 por ciento lo estaba”. Las personas pierden la fe en el sistema, crece el extremismo y se despuebla el centro político, reduciendo la participación de los votantes e incrementando las oportunidades de los partidos y candidatos marginales. El “pacto social” –el acuerdo implícito entre los miembros de la sociedad para participar en un sistema que beneficia a todos– solo funciona cuando el sistema cumple realmente sus promesas. Cuando no lo hace y lleva a suficientes personas a concluir que la alternativa es menos aterradora que el status quo, el sistema implosionará desde dentro. Bastantes estadounidenses están abiertos a “alternativas” a la democracia. En 1995, uno de cada 16 estadounidenses apoyaba un gobierno del Ejército; en 2014, ese número aumentó a 1 de cada 6, y un 18 por ciento de los estadounidenses piensa hoy que un gobierno dirigido por militares es una idea “bastante buena”. Preocupa la desconexión cada vez mayor entre la productividad (qué tan duro trabajan las personas) y la compensación que reciben por ese trabajo (cuánto les pagan), así como el incremento del antagonismo racial, especialmente en los predios de la derecha. “Nuestras divisiones no son meramente políticas, afirma Przeworski, sino tienen raíces profundas en la sociedad”. El sistema se ha vuelto demasiado amañado e injusto, y la mayoría de las personas ha dejado de creer en él. “Nuestra crisis actual continuará en el futuro previsible”, concluye. Daniel Ziblatt, profesor de Harvard, califica como “las suaves barandas de la democracia” a las reglas no escritas y las convenciones que la sustentan: el compromiso con el estado de derecho, la libertad de prensa, la separación de poderes, la libertad de expresión, de reunión, de religión y de propiedad. La ruptura de estas reglas no escritas precede a la muerte de las democracias, y una investigación realizada por Bright Line Watch, el grupo que organizó la conferencia de Yale, encuentra que los estadounidenses no se muestran muy comprometidos con estas normas cuando estas chocan con sus lealtades partidarias, lo que es muy preocupante bajo el polarizador gobierno de Donald Trump. Se deteriora la tolerancia mutua y crece el tribalismo: en 1960, el 5 % de los republicanos y el 4% de los demócratas se oponían a que sus hijos se casaran atravesando las fronteras políticas. Para 2010, esos números aumentaron a 46% y 33 %. “Las divisiones como esta están devorando el tejido social estadounidense”.