Idel Vexler se ha estrenado con mensajes para casi todas las fuerzas que precipitaron la caída de su antecesora. Para la extrema derecha religiosa ha habido menciones de un currículo escolar “más familiar”. Para las universidades hay el ofrecimiento de una participación con delegados en Sunedu, y “mayor autonomía”. Para los sindicatos de extrema izquierda el mensaje conciliador ha sido un llamado a que se legalicen, una relativización de las pruebas docentes, y una apertura al diálogo. Sobre este último punto Pedro Castillo le ha tomado la palabra, y espera la invitación, mientras prepara su huelga del 25 de octubre próximo. Vexler tiene que empezar a entregar cambios sin aparecer como un demoledor de la reforma educativa o de la ley universitaria. A juzgar por su enérgica ofensiva de declaraciones, su estrategia va a ser cortar el jamón de las concesiones de a pocos, atento a las reacciones que produzcan sus primeras sugerencias. En su flanco derecho tiene la cosa más fácil. Pues si bien hay resistencias a sus posiciones en el propio Ejecutivo que lo nombró (quizás incluso la primera ministra), puede contar con el apoyo de las fuerzas evangélicas y católicas del Congreso, una transbancada que incluye a varios partidos. En el flanco izquierdo las cosas pueden ser más complicadas, pues Vexler tendrá que mediar en el conflicto entre el Sutep y los sindicatos que lo quieren reemplazar en la representación legal del magisterio. Además los reclamos de la izquierda tipo Conare-Sute son de mucho más impacto inmediato en la opinión pública que los de la derecha. Además la derecha solo tiene una consigna ideológica, mientras que en la extrema izquierda hay una estrategia que busca ir mucho más allá de la gestión de Vexler. Un analista la ha definido como una forma de resistencia consistente en controlar territorios en donde el MINEDU y los programas educativos no se apliquen sin el consentimiento de ellos y de las autoridades regionales. Estas son palabras mayores, puesto que ya no se trataría de adecuar reformas y leyes existentes, sino de ir poniendo en marcha un nuevo esquema de poder sindical-regional utilizable en un espectro de movilizaciones mucho más amplio que el educativo. Para enfrentar eso se precisa algo más que Vexler.