Es obvio que el país entero, cada uno de sus llamados “partidos” y hasta sus instituciones de mayor tradición y prosapia, viven, en simultáneo y entreverados, un período de cambalache bastante mayor que el acostumbrado. Una mayoría parlamentaria sin precedentes dividida entre hermanos; un gobierno en el que menudean los insultos y reclamos entre los ministros; partidos de oposición que solo se hacen oposición a sí mismos; un presidente que vive de decirse y contradecirse, En el colmo, un país en el que hasta el papa ha tenido que intervenir para corregir las barbaridades de alguno de sus cardenales. Hemos pasado períodos similares en nuestra historia bicentenaria. Lo que da cierto aliento a la oscuridad de la presente coyuntura es que estamos viviendo también un cambio generacional que está dejando de lado a una generación en la que ha habido gente de valor muy destacado, pero también un conjunto de pillos de peso mayor, algunos de los cuales (no todos) están siendo ahora procesados. Constatemos, pues, que la mayoría de los nuevos dirigentes políticos e institucionales ronda los 50 años para abajo. Y esto vale tanto para los que vienen de tradiciones de izquierda como de derecha, para los políticos como para quienes se dedican a la formulación de opiniones. Vivimos una renovación generacional que, como otras en nuestra historia, puede implicar renovación y brío. Constatemos luego una renovación (parcial, por cierto) en los lenguajes de uno y otro lado. Y, en tercer lugar, una modificación en las agendas de la discusión que le interesa a la gente. Temas como el medioambiente pueden volverse en este siglo más calamitosos que las antiguas y monstruosas guerras convencionales del siglo XX y aún antes. Los derechos en materia de género, y de igualdades en general, también se han incorporado a una agenda plural que va apareciendo recién a lo largo del siglo XX Los viejos prejuicios sobre el valor absoluto del mercado, sobre la ineludible confrontación entre burguesía y proletariado, o sobre la infalibilidad de la historia han quedado fuera del lenguaje y el qué hacer cotidiano. Es imposible predecir qué nuevos cambios traerá el nuevo siglo pero se vuelve obvio que asistimos a un cambio de época y de generaciones de los que no abundan en la historia y que ojalá sea para bien.