En el LUM (Lugar de la Memoria, Tolerancia e Inclusión Social) penan. En varios sentidos. Penan las memorias de las muertes acaecidas durante el conflicto armado desatado por Sendero Luminoso. Penan las almas errantes de los desaparecidos, cuyos cuerpos quién sabe en qué fosa clandestina yacerán. Pena, en sentido literal, el dolor de sus deudos, su desesperación por no poder tener ese rito indispensable para terminar el duelo que carcome sus vidas. Últimamente, sin embargo, habrá que añadir a esa lista de caídos a los directores del lugar de la memoria. El último de los cuáles es Guillermo Nugent (Willy para los amigos que lo queremos y admiramos). Desde su inicio, el LUM, en su intento de ser un espacio de todo lo que su nombre indica, ha sido una fuente de incesante conflicto. Sin proponérselo, ha ocupado el lugar de un síntoma. En su Psicopatología de la vida cotidiana, Freud agrupa bajo la denominación “actos fallidos” comportamientos tales como el olvido, los lapsus o los propios actos fallidos. El olvido es lo que viene a colación en torno a la renuncia de Nugent, exigida por el ministro de Cultura, Salvador del Solar. El motivo, al parecer, es la muestra “Resistencia Visual 1992”, recientemente inaugurada bajo la curaduría de Karen Bernedo. Imposible dejar de asociar esta voluntad de censura a una muestra que, mediante serigrafías, expone una serie de actos de violencia ocurridos durante ese año, el del autogolpe de Alberto Fujimori y la captura de Abimael Guzmán, con las tensiones actuales entre el Gobierno y el Fujimorismo. Demás está decir que dicha censura es inaceptable, fuera de ser una torpeza monumental. Lo expuesto en la muestra puede ser debatido, por supuesto. Pero procurar “contextualizarla” para aplacar las iras del fujimorismo no es más que otra muestra de debilidad. Lejos de lograr su objetivo, esto azuza las fuerzas del negacionismo. Si algún día el Movadef tuviera mayoría en el Congreso, ya sabemos cómo tratarían de “contextualizar” cualquier muestra que evoque esos años aciagos. Pretender aguar el vino de las obras presentadas en el LUM es militar por el olvido de recuerdos dolorosos. Es insultar a las víctimas, sean quienes fueren los perpetradores. Es, además, parte de una arremetida más general por la amnesia. Para algunos es una manera de blanquear su pasado. Para otros, un esfuerzo por mantener las tensiones en el grado más bajo posible. Confluyen estas fuerzas en pos de un acto fallido masivo. Vano propósito. Por más cal que se les eche, los muertos, como María Elena Moyano, masacrada por Sendero en 1992, o bien los estudiantes de La Cantuta asesinados por el Estado viven en la memoria de quienes soñamos con una sociedad tolerante e inclusiva. Lo cual es incompatible con la negación de nuestro pasado o con su edulcoración para complacer a los poderosos de turno. Pretender aguar el vino de las obras presentadas en el LUM es militar por el olvido de recuerdos dolorosos.