Cansada de la política y las discusiones de siempre, he cogido cierto vicio por ver en Youtube videos de los diferentes concursos de talento que hay en el mundo como The Voice y Go Talent encontrando, para mi sorpresa, versiones de estos exitosos formatos en países como: Ucrania, Costa de Marfil, Malasia y Vietnam. Y digo “cierto vicio”, porque en el último mes me he desvelado a diario, luchando contra el sueño, mirando video tras video. Sin duda, disfruto de las presentaciones –en especial las de canto– pero ¿saben qué es lo que me tiene cautivada? Pues la reacción de las familias. Vivo con ellos la angustia, cada gesto, cada grito, cada salto de emoción. Pero mi atención está puesta, sobre todo, en los papás. Por alguna deformación cultural doy por descontado que la madre o cualquier mujer de la familia llorará y, de hecho, emociona. Pero la emoción me desborda cuando veo al padre llorar y brincar de orgullo. Creo que la cercanía que tuve con el mío y su ausencia en los últimos años es lo que me hace más susceptible a estos momentos. Cada vez que veo uno de esos videos lo recuerdo y he derramado alguna lágrima cuando he visto a esos hombres correr de alegría hacia sus hijos o esperarlos con los brazos abiertos para consolarlos si los resultados no fueron los deseados. Se preguntarán por qué escribo sobre esto y no de política. La verdad es que resulta agotador vivir en un mundo (el real y el virtual) donde abunda la violencia y reina la intolerancia. Obviamente es imposible vivir fuera de él, pero estoy segura de que cada uno de nosotros busca un refugio temporal para olvidar que más allá de insultos, mentiras, injusticias, dictaduras, guerras, corrupción y otros tantos malos, hay miles de personas que trabajan y se esfuerzan por hacer de su mundo un lugar mejor para ellos y sus familias. Estos videos en Youtube son mi refugio, uno que me recuerda lo poderoso que es recibir el aliento de un padre como el mío que siempre fue ese abrazo en triunfos y fracasos. Y que, pocos días antes de morir, me dijo al oído que había vivido orgulloso de mí.