De vocero energúmeno a presidente cordial y correcto.,Luis Galarreta enfrenta, para ejercer apropiadamente la presidencia del congreso, el enorme desafío de dejar de ser el energúmeno que fue en el último año, para transformarse en la persona de “trato dialogante, correcto y cordial” que ha ofrecido. Mal no le fue en el papel de energúmeno, pues le permitió distinguirse de colegas como Héctor Becerril o Lourdes Alcorta –un esfuerzo no desdeñable–, para ser elegido por Keiko Fujimori para presidir el congreso. Pero ahora debe despedirse –por doce meses– del papel de energúmeno. No será sencillo, pues insultar a diestra y siniestra cada día, durante todo un año –como acusar al premier Fernando Zavala de ser “una especie de Montesinito”–, se le debe haber pegado. Es, sin embargo, lo que corresponde que Galarreta haga ahora. Ante el infrecuente paso de los políticos por el mataburro, vale la pena recordar, antes, qué es un energúmeno. En su segunda acepción, “persona furiosa, alborotada”. Que es lo que ha sido Galarreta en el último año. ¿Puede alguien cambiar dramáticamente de un día para otro, de vocero partidario encarnado en un energúmeno, a presidente del congreso dialogante, correcto y cordial? A veces, el cargo ‘hace’ a la gente al imponer restricciones a lo que puede hacer. Por ejemplo, cuando Pedro Cateriano pasó de ministro de defensa a presidente del consejo de ministros y, según la constitución, portavoz autorizado del gobierno, debió adaptarse al cargo y sostener reuniones cordiales con rivales políticos suyos como Alan García y Keiko Fujimori. Pero entre Cateriano y Galarreta hay una gran diferencia. Galarreta acusó en el pasado reciente a su actual jefa Keiko Fujimori –quien anteayer lo impuso a su bancada como presidente del congreso– de ser corrupta. Dijo que la elección de Alex Kouri como alcalde sería “el primer peldaño para el retorno de la mafia, la cual es representada también por la candidata Keiko Fujimori”. Y del fujimorismo dijo que “fue una experiencia nefasta en materia de institucionalidad, derechos humanos y corrupción”. Cateriano, en cambio, morigeró su actuación mientras ejerció la PCM pero nunca dejó de acusar a Alan García de ladrón, al punto que acaba de republicar el libro que lo sustenta. Curioso, de paso, cómo Keiko y Alan han logrado convertir a varios de sus acusadores en sus empleados. La reflexión final es sobre lo penoso que resultan esos políticos que insultan con descaro porque la ocasión ‘lo justifica’, y luego deben comerse sus palabras. Galarreta no es el único pero sí es un ‘buen’ ejemplo de eso.