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Opinión

¿Viejos a la tumba? ¡Mejor a la rumba!, por Augusto Álvarez Rodrich

Hasta que el cuerpo aguante o retirarse el día que uno quiera.

larepublica.pe
AAR

La edad del presidente, especialmente si pasa de 80, es asunto de interés público hoy que los dos candidatos principales a ocupar la Casa Blanca hasta 2028 tendrían, al final de sus mandatos, 82 (Donald Trump) y 86 (Joe Biden).

En 1984, Ronald Reagan ya era, con 73 años, el presidente más viejo de Estados Unidos, y debatía con Walter Mondale. Cuando se le insinuó el asunto de su edad, respondió: “No voy a explotar, por razones políticas, la juventud e inexperiencia de mi opositor”.

En muchos empleos agotadores, como el de presidente, hay un trade off entre la edad que trae sabiduría y experiencia, al riesgo de la decrepitud, y la juventud que suele ofrecer más vigor.

Konrad Adenauer fue el canciller alemán hasta los 87, y Emmanuel Macron acaba de nombrar al primer ministro más joven de la Francia moderna, Gabriel Attal, de 34 años, el primero abiertamente gay en el cargo. En política, como en muchos oficios, la juventud se perfecciona a costa de la edad.

Javier Cercas escribió, a propósito del retiro de Mario Vargas Llosa de los oficios de novelista y columnista a los 87 años, que hay quienes su genialidad era evidente desde jóvenes y lo siguieron siendo hasta la ancianidad: Mozart componía de maravillas desde niño, Mick Jagger y Keith Richards no paran de brillar y moverse desde hace más de medio siglo, y el Nobel peruano ya tenía a los 33 años cuatro obras maestras.

Pero la ancianidad preocupa hoy al elector americano e indaga en los medios la relación entre mayor edad y el riesgo del alzhéimer, derrame cerebral o pérdida de facultades mentales. De una lista de 187 jefes de estado, solo 8 son mayores que Biden y 19 que Trump.

Todo depende de cómo se sienta uno y de lo que piense el elector si hay que pedirle votos. Pedro Pablo Kuczynski llegó a palacio a los 78, y Francisco Sagasti dice, a los 80, que no postulará.

Y no siempre se debe ser presidente para ser influyente, como Luis Alberto Sánchez, anciano y ciego, o Henry Kissinger, que falleció a los 100 publicando libros, dando entrevistas, asesorando a medio mundo, y viajando a Pekín, como hace medio siglo de secretario de estado, a componer la relación Estados Unidos-China. ¿Viejos a la tumba, como dijo Manuel González Prada, a los 44 en el Teatro Politeama? ¡Mejor a la rumba!