Desde ya hace algún tiempo, al análisis de la situación política nacional se ha sumado con fuerza un término: polarización.
Entendemos la polarización como posiciones en extremos opuestos de la opinión frente a determinadas situaciones, ideas o propuestas. Un contexto de antónimos u oponentes. Sin embargo, esta puede darse bajo las normas de una cultura democrática, como puede ser el respeto al opositor, la coherencia de los interlocutores, el uso de información veraz, la argumentación seria de mis posiciones, etc.
Es por ello que en la coyuntura en que vivimos hoy en el país cuesta a veces pensar que nos encontremos realmente en una polarización como tal. Más que agrupaciones con ideas y posturas argumentalmente contrapuestas, lo que vemos es una confrontación marcada por insultos, descalificaciones, fake news, falacias argumentativas y otras formas de ruido político.
Diría que, antes que encontrarnos frente a “polos opuestos”, hemos entrado en una dinámica de “bandos”, hacia la que, además, nos empujan los propios actores políticos y nos alimentan algunos medios de comunicación y actores interesados en profundizar esas distancias y enemistades en la ciudadanía.
PUEDES VER: Aimaras y quechuas respaldan a estudiantes que interpretaron tema “Esta democracia ya no es democracia”
En los últimos días, por ejemplo, hemos visto cómo se ha dado una relevancia inaudita a las declaraciones de una vocera del narcoterrorismo, la camarada Vilma. Esas aseveraciones, que podrían haber quedado en los márgenes de la política nacional para ser atendidas más bien por nuestras fuerzas policiales, han cobrado importancia por boca del propio presidente del Consejo de Ministros, quien ha pretendido argumentar con ello que las movilizaciones que diversos grupos ciudadanos vienen preparando son en realidad acciones “terroristas”.
¿Es posible considerar que una grabación en una radio local con poco margen de difusión es el eje articulador de la ciudadanía? Todos los expertos (serios) en seguridad y antiterrorismo han dicho que no.
¿Por qué se le da entonces tanta relevancia mediática a ello? ¿Qué se busca al pretender vincular las protestas contra el Gobierno con actores delincuenciales?
Bandos, lo que se busca es generar bandos, y para ello el miedo y la rabia son útiles. Porque la narrativa de buenos y malos, violentos y pacíficos sirve para su momento político. Porque si tenemos miedo o rabia nos desvincularemos del discurso de aquellos que protestan al creerlos en “el otro bando”.
Un país donde el 80% de la población desaprueba al Gobierno y considera que debería haber elecciones no es un país polarizado, es un país en que su ciudadanía encuentra al menos esos puntos en común para cuestionar el statu quo. Pero, si se pone sobre la mesa el terruqueo, será más fácil generar la sensación de que no hay acuerdo posible entre manifestantes y personas que, aún con el desagrado frente a la situación actual, todavía no se sienten convocadas del todo a movilizarse. El miedo y el descrédito sirven para alejarnos unos de otras y otros de unas.
Nos quieren en bandos porque “divide y reinarás”, porque una ciudadanía que se confronta y recela una de otra es una ciudadanía que no tendrá ni tiempo ni fuerza para confrontar a quienes mientras tanto campan a sus anchas en nuestras instituciones públicas y afilan sus armas para hacer jirones uno de los pocos soportes que le quedan a nuestra democracia, sus organismos electorales.
Y porque deslegitimar y azuzar contra los manifestantes hacen más “aceptables” frente a la población la represión, la fuerza y la violencia con las que se pueda reprimir a las movilizaciones.
¿Queremos peruanos y peruanas vivir en bandos? Quizás si reconocemos que somos más quienes queremos un cambio y un futuro mejor para todos y todas podamos romper esa dinámica y dejar atrás a aquellos que no nos permiten construirlo.