Han pasado seis meses desde aquel autogolpe de Estado que puso nuestra ya herida democracia en estado agónico. Seis meses desde que empezaron las protestas que se han llevado la vida de más de 60 ciudadanos que, contrario a lo que se ha pretendido hacer creer, no reclamaban por la reposición de un mal intento de dictador autoritario, sino por la recomposición de un sistema democrático que, pese a sus múltiples falencias, generaba alguna expectativa en la población.
A seis meses de la sucesión constitucional, legal por donde se le mire, de Dina Boluarte en la presidencia, aún hay entre la ciudadanía un sinnúmero de dudas, incertidumbres y temores. Por eso quizás es que el mensaje de la presidenta Boluarte dando cuenta del medio año de su mandato resulta tan carente de sentido. Vacío. Distante.
¿Hemos retomado la calma y sosiego? Seguramente la mandataria y yo diferimos en lo que entendemos por sosiego. Sosiego implica (según el propio diccionario) la tranquilidad y no el agobio, la percepción de que la situación es llevadera. Pero las cifras nos dicen que la ciudadanía está desesperanzada, que la aprobación y credibilidad de la presidenta es mínima (70% de la población cree que debe renunciar) y que sienten que sus derechos humanos pueden ser violentados.
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Más que calma y sosiego, diría que lo que inunda el país es la desazón y la amargura con la situación nacional. Estas emociones pueden llevarnos a continuar por inercia en el camino actual —sobre todo cuando la mayoría de la población percibe también que el devenir de la política rara vez toca su vida diaria— o llevarnos a un estallido posterior agudizado por la frustración acumulada, que puede expresarse en protestas o en un voto radical, hacia la derecha, la izquierda o cualquier parte, llegado el 2026.
Es importante además recordar que los gestos o llamados específicos también cuentan en un discurso, y requieren de coherencia para ser creíbles. Oír a la presidenta Boluarte, junto al premier Otárola, hablar de “esa hermosa región altiplánica” al mencionar a Puno, luego de decir hace solo unos meses que “Puno no es el Perú”, y teniendo en cuenta que mantiene a las Fuerzas Armadas en la región, hace que sus palabras suenen poco sinceras, sal en la herida, y puedan más bien agudizar el recelo que hacia ella sienten los puneños y puneñas, quienes aún reclaman justicia por sus víctimas de la represión.
Presidenta Boluarte, ha hablado usted de haber recuperado “la confianza”, pero si bien recuperar la confianza de los inversionistas y la economía internacional —lo que resulta dudoso del todo, dado que seguimos en un escenario en que se percibe la posibilidad de nuevos estallidos en base a la desaprobación de las autoridades— es necesario para la situación del país, debiese usted poner sus esfuerzos en lograr obtener al menos algo de la confianza de la ciudadanía, que no hace más que desvanecerse.
¿En quién podremos confiar para proteger nuestros derechos y preocuparse por nuestro bienestar desde lo público? Poco se puede confiar en plena epidemia de dengue en quienes sostienen y apañan a una ministra de Salud que se ha mostrado indolente y cuyos títulos no alcanzan para darle empatía con la situación del norte del país.
¿En quién podremos confiar para garantizar que no se horade más la democracia si se guarda silencio frente a los desesperados intentos de los congresistas de perpetuarse contra la voluntad popular?
Ni calma ni confianza describen hoy las emociones del país, y queda en manos de la ciudadanía buscar alternativas que nos permitan encontrar acuerdos para alcanzarlas. Porque calma y confianza son esenciales para el devenir del país, pero hoy están ausentes.
Politóloga, máster en políticas públicas y sociales y en liderazgo político. Servidora pública, profesora universitaria y analista política. Comprometida con la participación política de la mujer y la democracia por sobre todas las cosas. Nada nos prepara para entender al Perú, pero seguimos apostando a construirlo.