En estos tiempos aciagos, puede parecer complejo hablar de tejido social. ¿Qué cohesión es posible cuando los lazos entre ciudadanas y ciudadanos, y más aún con sus gobernantes y representantes, están rotos? ¿Cómo confiamos unas en otros y otras en unos si lo que da sentido a la comunidad política —el respeto a nuestros derechos y reglas de juego basadas en representatividad, como mínimo— ha sido hecho jirones?
El tejido social son aquellos vínculos que se construyen al interior de grupos de personas que conforman unidades sociales y que les permiten generar cohesión, confianza y cuidado recíproco. Este tejido, además, dará soporte a un sistema de comunidad enlazada, instituciones estables en el territorio y estructuras y relaciones sociales afianzadas.
Asimismo, contar con tejido social es una forma de garantizar solidaridad, protección, respeto a los derechos y seguridad ante las adversidades. “Es saber que podemos contar con nuestros vecinos en caso de una adversidad o saber que podemos compartir nuestra propia estabilidad ofreciendo un poco de lo que tenemos”.
Quizás sea la fragilidad del tejido social entre las diversidades de nuestro país una de las responsables de que, aunque al menos el 80% de la ciudadanía cree que debe haber nuevas elecciones, no se logre aún que la fuerza de esa mayoría frene a la aplanadora que nos aplasta rumbo al autoritarismo de manual. No parece que podamos aún apoyarnos de forma transversal.
Esa carencia o debilidad del tejido social no surgió ayer, se remonta a los orígenes de nuestra construcción republicana. Pero es cierto que ha sabido tomar forma de empatía y solidaridad colectiva más de una vez, en menor o mayor escala. Sin embargo, en los últimos años han sido más exitosos los esfuerzos por desbaratar los vínculos sociales, agrandar las distancias y promover la desconfianza.
Al mismo tiempo, quienes se esfuerzan por romper nuestros lazos tejen redes de corrupción, alianzas autoritarias, telarañas para atrapar nuestros derechos y libertades. Confiados en el éxito de sus esfuerzos por romper el tejido social a punta de polarizaciones imaginarias, fake news y falacias argumentativas, Gobierno, Congreso y, tristemente, Poder Judicial (o parte de él) celebran la forma en que sus sucios hilos van atrapándolo todo:
Tribunal Constitucional, Defensoría del Pueblo, Fiscalía de la Nación. Que no quede duda de que seguirán con los organismos electorales si les dejamos. Cualquier vestigio de democracia irá muriendo asfixiado entre hilos que ahogan.
Pero tejer es parte de la vida de muchas personas, sobre todo mujeres. Algo tan sencillo, tan cotidiano e “inofensivo”. Cuando me propuse tejer por primera vez, dediqué varios días con sus noches a lograr al fin algo que parecía una pieza. No era perfecto, pero el tejido era fuerte y me abrigaba.
Por generaciones, esta actividad principalmente femenina (aunque no solo) ha sido enseñada por las abuelas a las madres y por las madres a las hijas.
En esas horas juntas dándole al punto y contando carreras, las mujeres hablan, se acompañan, planifican, crean. Las manos ocupadas ponen las ideas en su lugar. Y con paciencia, de esas manos brota el abrigo de las familias, las redes de los pescadores, el producto que vender, el regalo para quien pronto nacerá.
Así, con la misma paciencia, dedicación y aprendizaje colectivo, se construye el tejido social, se tejen redes ciudadanas, se reparan las instituciones descosidas y se ensambla, en conjunto, una nueva democracia fuerte y donde quepamos todos y todas.
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Invitémonos a encontrar formas de crear tejido social, que se fortalezca y reproduzca en el tiempo para sostenernos colectivamente de los embates que vienen y seguirán viniendo.
Tejer tejido social es tarea de paciencia, que no significa quietud, de perseverancia y esperanza activa. Seguro a la primera no se verá perfecto, pero deberá servir. Y crecerá.
Politóloga, máster en políticas públicas y sociales y en liderazgo político. Servidora pública, profesora universitaria y analista política. Comprometida con la participación política de la mujer y la democracia por sobre todas las cosas. Nada nos prepara para entender al Perú, pero seguimos apostando a construirlo.