En los últimos días, ha sido muy comentado un artículo que recomiendo: Rodrigo Barrenechea y Alberto Vergara escriben sobre la situación actual en el país (“Peru: The Danger of Powerless Democracy” - Perú: el peligro de una democracia sin poder).
Se concibe la democracia como el régimen político con elecciones (periódicas, inclusivas, limpias, competitivas), que implica garantizar derechos, acceder y ejercer el poder dentro del Estado de derecho, con separación e independencia de poderes (Carta Democrática Interamericana).
Según las nociones o índices (como el de la Unidad de Investigación de The Economist, IDEA Internacional, V-Dem, entre otros), se le atribuye una connotación más o menos amplia (solo verificación de derechos civiles y políticos o también de derechos sociales; o incidir en la participación como un criterio).
Como los autores señalan, y Barrenechea resaltaba en una reciente entrevista con Diego Salazar para Comité de Lectura, en democracia, la preocupación suele ser evitar la concentración del poder. Sin embargo, el fenómeno que identifican es más bien uno de insuficiencia de poder con “vaciamiento democrático” o “dilución del poder” (poder democrático fragmentado de tal forma que no hay organización o personas con suficiente capacidad organizativa o legitimidad para representar).
La consecuencia, como explican, es la ocupación temporal del poder por quienes carecen de pasado, pero también de futuro, lo que lleva a un irresponsable presente en el ejercicio del cargo, para sacar el mayor provecho posible, con visión de cortísimo plazo, y sin que realmente asuman responsabilidad vía mecanismos efectivos de rendición de cuentas.
¿Cuál es el peligro? Un futuro con gobiernos autoritarios (dada la aceptación y hasta vocación autoritaria, como refiere el Latinobarómetro), pero también existe un segundo escenario: la insuficiencia de poder como la nueva realidad. Sin duda es preocupante que se tenga en el futuro caudillismos autoritarios –sean de izquierda o derecha–, pero esto requiere una cierta concentración de poder que parece ser cada vez más difícil en el Perú.
Lo más probable es que continuemos en esta espiral de ausencia de actores con legitimidad, que ejercen el poder desoyendo las demandas de la ciudadanía, con privilegio de intereses particulares frente al interés público, apoyando a la informalidad y hasta a la criminalidad.
En el caso del Congreso, desoyendo el llamado mayoritario para un adelanto de elecciones y buscando quedarse hasta el año 2026, en connivencia con el gobierno y casi producto del cansancio de la ciudadanía frente a sus reclamos no atendidos; o queriendo aún impulsar una reforma política solo con la finalidad de permanecer en el poder.
Desde el lado del gobierno, además de la falta de decisión por enmendar su violento y desproporcionado uso de la fuerza frente a la protesta, con un nulo esfuerzo por implementar verdaderas políticas públicas a largo plazo (ver el sobrecogedor artículo de Eduardo Dargent para Epicentro, “No te olvides de recordar”) sobre cómo hemos dejado a su suerte nuevamente al sistema de salud tras la precariedad que reveló la pandemia) y más bien retrocediendo en políticas importantes como la reforma universitaria (con una Sunedu entregada a quienes quieren debilitarla y usarla para intereses propios).
¿Qué se puede hacer? Se requiere esfuerzo de múltiples actores (cuya legitimidad deberá también construirse), pero es importante empezar a reflexionar sobre cómo resolver la debilidad en cultura política y cómo generar condiciones e incentivos –que van más allá de la ley– para contar con una verdadera representación, ejercida por quienes realmente busquen resolver los problemas del país, reducir las brechas y brindar una mayor cobertura de derechos para todas las personas.