La caída del presidente Castillo fue el acontecimiento-ruptura que permitió, por un lado, la emergencia en la superficie de la sociedad de estructuras ocultas de corta, mediana y larga duración de desprecio, de opresión y explotación de los nadie y, por otro, el ingreso de esas estructuras a su conciencia como experiencia y como memoria lanzándolos masivamente a la calle y convirtiéndolos en los principales protagonistas de la coyuntura crítica que estamos viviendo.
El desprecio de la élite limeña y de la ultraderecha a Castillo, el intento de desconocer sus votos alegando un fraude electoral, la pandemia en la que no tuvieron Estado que los atendiera, los periodicazos contra los presidentes que ellos eligieron para convertirlos en traidores, el incremento de la informalidad, de la desigualdad económica y de la desigualdad regional, la pésima provisión de bienes públicos, el desconocimiento de la igualdad social de todos los peruanos sin privilegios ni discriminaciones, el rechazo a reconocerlos como parte de nosotros (la nación) y la experiencia de una república vacía, todas estas capas acumuladas de la historia están hoy en su conciencia, en sus acciones de protestas y en sus demandas.
Es probable que esta coyuntura crítica sea relativamente larga, tenga alzas y bajas y pase por varias etapas. Por de pronto, tenemos la coyuntura inmediata en la que el movimiento democratizador ha puesto la siguiente agenda política: renuncia de Dina Boluarte, disolución del Congreso, elecciones para 2023 y consulta sobre una asamblea constituyente.
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La presidente (16% de aprobación) y todos los grupos políticos del Congreso (8% de aprobación) se hacen los sordos porque tienen legalidad, pero no pueden gobernar sin legitimidad. Son muertos vivientes que lamentablemente aún pueden decidir en el poder oficial.
Pero no se puede gobernar sin el pueblo y menos aún contra el pueblo, aunque se apoyen en las armas.
Si el movimiento democratizador quiere tener éxito, además de fortalecerse y elegir sus propios líderes orgánicos, tienen que organizar una coalición social y política que no siempre es fácil.
Los movimientos democratizadores del siglo XIX (Huánuco 1812 y Cusco 1814) fueron coaliciones lideradas por los criollos e integradas por mestizos e indios y los del siglo XX fueron coaliciones de campesinos (indígenas y no indígenas), obreros, pobladores y otros grupos sociales liderados principalmente por las clases medias.
Las coaliciones del siglo XIX fracasaron por la radicalidad explicable de los indios y las del siglo XX por el sometimiento de los liderazgos de clase media (Haya, Belaunde, Bedoya) a la oligarquía.
Hoy la fuerza y el liderazgo del movimiento democratizador son popular, social y culturalmente plural, pero tiene que abrirse a otros sectores sociales como las clases medias, las asociaciones de la sociedad civil y a sectores empresariales, principalmente medianos y pequeños, para hacer viables los programas de transformación política, económica, social y cultural que formulen.
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En la coyuntura actual va a tener que ponerse de acuerdo con algunos muertos vivientes del Congreso para que las elecciones se realicen este año. Si no ceden, peor para ellos.