Hemos retirado “definitivamente” a nuestro embajador en Honduras. Hemos expresado nuestro “profundo malestar” al gobierno chileno por las declaraciones del presidente Boric sobre el Perú. Hemos expresado a los gobiernos de Colombia y Bolivia nuestra “enérgica protesta” por lo mismo. Y ya no tenemos embajador de México en el país.
Cuando un líder político, personalista y algo teatral a mis ojos, como Evo Morales, habla de “insurgencia” en el Perú sí está cruzando un límite. Y cuando la mandataria de Honduras, Xiomara Castro, solicita la reposición de Pedro Castillo en su cargo también está excediéndose, pero sobre todo hablando desde una desinformación de calibre supremo.
En nuestro país, ya ni los manifestantes piden la reposición del expresidente. Aun así, reaccionar airadamente en términos diplomáticos, al punto de retirar definitivamente embajadores o expulsando otros resulta excesivo. Precisamente porque estamos en un momento delicado, altamente difícil, no conviene blindarse y casi declararse inmune a las críticas de afuera.
Peor si tales críticas están dirigidas a la forma cómo se ha reprimido las protestas, algo que ha sido visto con preocupación, sino con alarma, no solo por “presidentes de izquierda”, como suele sostener un sentido común predominante pero escasamente informado. Eso ha sido observado también por la Unión Europea, por Joe Biden y hasta por el Nuncio Apostólico en el Perú, Paolo Rocco, quien dijo en una reunión frente a la presidente Boluarte: “hay que hacer prevalecer la fuerza de la ley, no la ley de la fuerza”. Los derechos humanos ya son una doctrina universal, un asunto muy sensible en todo el planeta. En vez de erizarnos por los llamados de atención en ese terreno, convendría escuchar esas voces, no taparnos los oídos.
La Cancillería tiene razón cuando recalca algo francamente clamoroso: cómo es que algunos mandatarios nos lanzan sus puyas obviando que el ex presidente Castillo intentó dar un literal golpe de Estado. Obviar eso en un comunicado, o en una declaración pública, revela una forma tendenciosa de ver la realidad. Es algo demasiado crucial para olvidarlo.
Sin embargo, desde el comienzo se pudo contener eso, informando más exhaustivamente a la comunidad internacional, a los países vecinos, apelando a la diplomacia discreta mandando misiones. Tal labor preventiva, además, hubiera neutralizado al menos en parte el cargamontón regional. Y, claro, se hubiera facilitado si no nos sumergíamos en el abismo de los 58 muertos.
Pero ahora estamos con varios flancos abiertos en el barrio, con tendencia al aislamiento, lidiando con críticas que, si no paran los excesos de la violencia estatal, van a continuar. Es un momento interesante para América Latina, por añadidura, en el cual el Perú puede tener un papel estelar, propositivo. Ahora, estamos más bien limando asperezas y perdiendo oportunidades.