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Opinión

Cien días, por Antonio Zapata

“Se requiere urgente una acción efectiva de gobierno sobre pilares básicos y medidas con sentido en favor de los necesitados. Tengan en cuenta que Waterloo puede estar a la vuelta de la esquina”.

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Los cien días como período político se remontan a Napoleón. En efecto, entre su retorno al poder luego de huir de Elba y su derrota en Waterloo transcurrió justo ese lapso. De ahí se tomó esa medida para juzgar a los gobiernos entrantes, sobre todo aquellos que surgen por sorpresa.

Al llegar el gobierno de Castillo a la fecha el balance es negativo. Es evidente que el presidente compitió sin pensar ganar, que está tomándose su tiempo para asumir su responsabilidad; marcha lento, es dubitativo y los acontecimientos lo empujan, hasta que interviene y entonces luce errático. Su principal virtud parecía ser una genuina preocupación por los más pobres, pero en cien días ninguna medida en su beneficio ha marcado la diferencia.

El gabinete actual es mejor que el anterior gracias al cambio en la PCM, cuando esto se publique espero que haya pasado la investidura. Pero esa confianza no es garantía porque el principal rasgo del gobierno es la inestabilidad, se vive una intensa volatilidad y no se puede predecir qué pasará mañana ni quién conservará su cargo. Aunque un paso importante es la voluntad de la actual primera ministra para gobernar, mientras que el anterior solo buscaba azuzar contradicciones a la espera de que ello trajera la Asamblea Constituyente.

El desorden que exhibe el gobierno es producto de la ausencia de programa. No hay norte definido, menos aún mensaje inspirador, que parta de un diagnóstico y señale un rumbo. El presidente no habla y tampoco tiene un escribidor. La carencia de línea hace que se sucedan nombramientos cuestionables y sin sentido. Si aparece personal nada idóneo es porque han sido reclutados por razones personales sin pasar por el filtro básico: una idea común sobre el momento que estamos viviendo y las tareas de esta etapa.

Parte del entrampamiento nacional se halla al otro lado del tablero. La oposición es de bajo nivel y el Congreso está desaprobado como de costumbre. Su presidenta ha evidenciado apetito de poder y ausencia de empatía social. Bajo su conducción, el Congreso va de mal en peor, sus nombramientos son más cuestionables que los del Ejecutivo y modifica la Constitución –que dice defender– a través de procedimientos anticonstitucionales. Por ello, su desaprobación alcanza 75% y carece de sustento social para vacar al presidente como pretende. Nada se puede esperar de una derecha con pocas ideas pero mucha prepotencia reaccionaria. Así las cosas, la mayoría ciudadana no percibe al Congreso como alternativa.

Por su parte, la sociedad llega a la fecha algo más aliviada que los dos años anteriores. La enfermedad ha bajado gracias a la vacunación y al aprendizaje de la población. Asimismo la economía ha rebotado, como somos un país de informales la entrada al mercado es fácil y la rueda se ha vuelto a mover. Como consecuencia, en Lima ha comenzado el desfleme poshisteria de la campaña del fraude.

Pero en regiones ha estallado la protesta y las expectativas están al tope. Los postergados esperan mucho del gobierno, tienen muchas necesidades y sienten este gobierno como propio. Por ello, los conflictos sociales de estos días son claves. Los extremistas de derecha han mostrado sus cartas para azuzar y buscar la vacancia. No se trata solamente de apagar el incendio, sino cumplir seriamente con las demandas populares. Muchas veces el Estado ha engañado y mecido a la gente.

La ciudadanía espera solución y caso contrario Castillo perderá su último soporte. Es la lección de sobrevivencia de estos cien días. Se requiere urgente una acción efectiva de gobierno sobre pilares básicos y medidas con sentido en favor de los necesitados. Tengan en cuenta que Waterloo puede estar a la vuelta de la esquina.

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