Por Camilo Cesarino:
La capsaicina, el compuesto activo en los chiles, juega un papel crucial en la adicción al picante. Este compuesto no solo estimula las neuronas sensoriales asociadas al dolor, sino que también promueve la liberación de endorfinas y opioides, lo que genera una sensación de placer, que a menudo se busca repetir. Este ciclo de dolor y placer, curiosamente, no aporta sabor, sino una experiencia de ardor que se convierte en deseable. La cocina mexicana, conocida por su variedad y riqueza en chiles, ofrece un terreno fértil para esta interacción única entre dolor, riesgo y disfrute.
Más allá de la ciencia, el chile es un estandarte de la rica herencia cultural mexicana. Se estima que en la región de Mesoamérica existen alrededor de 100 tipos de chile, un legado de las prácticas agrícolas prehispánicas que también nos dieron cultivos fundamentales como el maíz y el frijol. Esta diversidad no solo refleja la adaptabilidad y riqueza de la cocina mexicana, sino también su profundo vínculo con la historia y la geografía del país.
En México existen más de 200 tipos de Chile. Foto: ABC
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La inclinación por el picante se inicia desde temprana edad, ya que es una tradición transmitida en el seno familiar y reforzada por el entorno social. Esta práctica, además de un rito de iniciación, también es una forma de integración social, puesto que el consumo de chile se ve como un acto de pertenencia. La resistencia al picante, interpretada a menudo como una muestra de valentía, es un componente esencial de esta tradición, que se perpetúa a través de generaciones, y solidifica aún más el papel del chile en la cultura mexicana.