
Marcelo Sández, un argentino de 69 años, vivió una de las experiencias más aterradoras de su juventud. Lo que parecía ser un viaje de celebración a Mar del Plata —una de las ciudades más turísticas de Argentina— terminó en tragedia, marcada por una intoxicación que le cambió la vida para siempre.
Cuando todo era felicidad y alegría por el primer título mundial conseguido por la selección argentina en 1978, la población estaba completamente eufórica por el logro. Sin embargo, aquella escapada de los tres jóvenes terminaría por afectar a Marcelo Sández, protagonista de una historia con un desenlace triste, cuyo tormentoso recuerdo aún carga hasta el día de hoy.
Marcelo Sández al lado de cuidadora gerontológica Gladys Quispe. Foto: Gobierno de la ciudad de Buenos Aires
Luego de instalarse en la ciudad de Mar del Plata, Marcelo y sus amigos decidieron ir a un restaurante de mariscos para ahorrar dinero y estar cerca de las lujosas playas que ofrecía este destino turístico. Allí ordenaron camarones, sin sospechar que habían sido contaminados por la llamada ‘marea roja’ y que estaban envenenados.
Un par de horas más tarde, el cuerpo de Marcelo comenzó a mostrar señales de alarma, por lo que el joven, que en aquel entonces tenía 22 años, tuvo que tomar una decisión apresurada para salvar su vida: regresar con urgencia a Buenos Aires.
Lo que parecía un simple caso de intoxicación terminó convirtiéndose en una larga estadía en la unidad de cuidados intensivos, con secuelas irreversibles que afectaron gravemente su cuerpo, como la pérdida de la visión y una ataxia cerebelosa que comprometió seriamente su equilibrio y lo dejó postrado en una silla de ruedas de por vida. Además, perdió la voz temporalmente, pero logró recuperarla de forma progresiva gracias al proceso de rehabilitación.
Al ser intervenido en el hospital Ramos Mejía, su estado crítico provocó un agotamiento extremo en las piernas, una inflamación tan severa en los pies que impedía incluso mover los dedos, y una pérdida temporal de la capacidad oral para comunicarse.
A pesar de haber sobrevivido milagrosamente a aquella intoxicación, sus dos amigos que lo acompañaron a Mar del Plata no corrieron con la misma suerte, pues poco tiempo después sufrieron las graves consecuencias de haber consumido los camarones. “Poco tiempo después, mis dos amigos murieron”, recordó con mucho pesar.
Después de más de tres meses en cuidados intensivos, los especialistas le advirtieron que la pérdida de la vista era irreversible, pero que aún podía concentrarse en un objetivo: recuperar la movilidad de sus piernas para volver a ponerse de pie. En ese duro proceso, su madre Marisa fue un apoyo constante y, gracias a su presencia, logró lo que más anhelaba: volver a mover sus extremidades inferiores con la ayuda de un bastón blanco.
En 2001, Marcelo conoció a Sonia, quien había perdido la vista y con quien compartió una vida en pareja durante 22 años, hasta su fallecimiento en 2022. Hoy, a sus 69 años, este ciudadano argentino vive en Floresta y se mantiene activo con actividades recreativas, además de seguir a su querido Boca Juniors por la radio.
En cuanto a su cuidado personal, una acompañante gerontológica, Gladys Quispe, lo visita cada mañana para atenderlo, administrar sus medicamentos y acompañarlo en sus salidas programadas.

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